Militó por la primera vez siendo todavía jovencito, cuando Tarquino, el rey de Roma, desposeído ya del trono, después de muchas batallas y derrotas echó, se puede decir, el resto, y vinieron en su auxilio, haciendo causa común contra Roma los más de los Latinos y muchos de los pueblos de Italia, no menos en obsequio de aquel, que por envidia y deseo de contener los progresos de la grandeza romana. En aquella batalla, que por una y otra parte estuvo muy varia e incierta, peleaba Marcio con gran denuedo a la vista del Dictador, y viendo caer a su lado a un romano, no le abandonó, sino que se puso delante de él, y acometiendo al enemigo que lo acosaba, le dio muerte. Después de la victoria, fue uno de los primeros a quienes el general ornó con una corona de encina, porque ésta fue la corona que señaló la ley al que salvaba un ciudadano: bien fuera porque tuviesen en veneración la encina a causa de los Árcades, denominados comedores de bellotas por un oráculo del dios, bien porque siempre y en todas partes tienen los que militan copia de encinas, o bien porque siendo de encina la corona de Júpiter social creyesen que ésta era la que más propiamente debía darse por la salvación de un ciudadano. Es además la encina el árbol de más copioso fruto entre los silvestres y el de madera más sólida entre los cultivados. Era también alimento la bellota que de ella proviene, y bebida el melicio; y daba además carne de fieras y de aves, proveyendo de un instrumento para la caza, que es la liga. Dícese que en esta batalla se aparecieron los Dioscuros, y que después de ella se les vio, con los caballos goteando de sudor, dar la noticia en la plaza, en el sitio junto a la fuente donde está edificado su templo: de donde proviene que en el mes de julio el día de los idus, que es fiesta triunfal, está consagrado a los Dioscuros.