Era ya grande por su virtud la fama y el poder de Marcio cuando ocurrió que el Senado, favoreciendo a los ricos, puso en estado de sedición a la plebe, que se quejaba de los muchos e insufribles agravios que los logreros le irrogaban, pues a los medianamente acomodados los despojaban de cuanto tenían, tomándoles prendas y vendiéndolas, y respecto de los enteramente pobres, se apoderaban de las personas, aprehendiendo sus cuerpos cubiertos de cicatrices de las heridas y golpes recibidos en los encuentros y batallas sostenidos por la patria. La última de éstas había sido con los Sabinos, para la cual los ricos habían ofrecido ser en adelante más moderados, y el Senado había designado al cónsul Marcio Valerio por fiador de esta promesa. Mas como después de haber peleado denodadamente en esta batalla y haber vencido a los enemigos, en nada hallasen más equitativos a los logreros, ni el Senado diera muestras de acordarse de lo que estaba convenido, sino que antes viese con indiferencia que los atropellaban y encadenaban, suscitáronse en la ciudad grandes y temibles alborotos. Venida a noticia de los enemigos esta inquietud de la plebe, no se descuidaron en invadir a hierro y fuego la comarca; y aunque los cónsules dieron la orden de tomar las armas a todos los que se hallaban en edad designada, nadie la obedeció. Dividiéronse con esto otra vez los pareceres de los que servían las magistraturas, siendo unos de dictamen de que se condescendiera con los pobres y se relajara el excesivo rigor de las leyes, y opinando otros muy al contrario, de cuyo número era Marcio, el cual no daba por cierto gran valor a los intereses, pero clamaba por que se contuviera y apagara aquel principio y tentativa de insulto y osadía de una muchedumbre insubordinada a las leyes.