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Celebráronse sobre esto frecuentes senados, y como en ellos nada se concluyese, sublevándose de repente los pobres y excitándose unos a otros, abandonaron la ciudad y se retiraron al monte que ahora se llama Sacro, fijándose junto al río Anio, sin cometer acto alguno de violencia o sedición, y gritando solamente ser antiguo en los ricos el estarlos arrojando de la ciudad, y que el aire, el agua y algunos pies de tierra en que sepultarse, que era lo único que disfrutaban con habitar en Roma, fuera del recibir heridas y la muerte peleando a favor de los ricos, lo hallarían fácilmente en cualquier parte. Llenó esta ocurrencia de recelo al Senado, que por tanto les mandó en embajada a los más moderados y populares entre los Senadores. Llevaba la voz Menenio Agripa, que a un mismo tiempo usó de ruegos con la plebe y habló francamente sobre la conducta del Senado, viniendo a concluir con una especie de fábula su exhortación v amonestamiento. Porque les refirió que en cierta ocasión los miembros todos del cuerpo humano se rebelaron contra el vientre, y le acusaron de que, estándose él solo ocioso y sin contribuir en nada con los demás, todos trabajaban y desempeñaban sus respectivos ministerios, precisamente por contenerle y satisfacer sus apetitos; y que el vientre se había reído de su simpleza, porque no echaban de ver que si tomaba para sí todo el alimento, era para distribuirlo después y dar nutrición a los demás. “Pues de esta misma manera, continuó, se conduce con vosotros, oh ciudadanos, el Senado: porque a vosotros refiere cuantos consejos y negocios se ofrecen y con vosotros reparte cuanto hay de útil y provechoso”.

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