Vueltos los embajadores, y oído por el Senado lo que traían, como en una grande tormenta y borrasca de la república, echó éste por fin el áncora sagrada; ordenó a cuantos sacerdotes había de los Dioses, o ministros y custodios de los misterios, o que poseían de tiempo antiguo la adivinación patria de los sueños, que se encaminasen a Marcio, cada uno con los ornamentos de que por ley debía usar en sus ceremonias y que le hablasen y que exhortasen a que, dando de mano a la guerra, bajo esta condición tratara después de los Volscos con sus conciudadanos. Recibiólos, sí, en el campamento, pero en nada condescendió y nada hizo o dijo en que mostrase mayor dulzura, sino que insistió en que con las condiciones propuestas admitiesen la paz o se decidieran a la guerra. Con este regreso de los sacerdotes resolvieron, por lo pronto, defender con gran fuerza los muros de la ciudad y lanzarse del mismo modo sobre los enemigos, poniendo principalmente su esperanza en el tiempo y en los caprichos de la fortuna; mas desengañáronse luego de que ningún salvamento les quedaba, por más que hiciesen; la turbación, el desaliento y las ideas más desconsoladas se apoderaron ya de la ciudad, hasta que tuvo lugar un suceso muy parecido a aquellos de que frecuentemente habla Homero, aunque no satisfaga a la mayor parte: porque diciéndose éste y exclamando en las grandes y extraordinarias ocasiones La garza Palas púsole en las mientes y también: Cambióle un inmortal el pensamiento; el que en un solo acalorado pecho del pueblo puso la gloriosa suerte; y en otra parte: O por sí lo pensó, o es que algún numen le sugirió la provechosa idea; le vituperan como que con cosas imposibles y con increíbles patrañas trata de quitar al juicio de cada uno el mérito de la determinación propia; cuando Homero no hace semejante cosa, sino que los sucesos ordinarios y comunes que se gobiernan con razón los pone a cuenta de lo que está en nuestro poder; así que dice muchas veces: Yo lo determiné con grande aliento; y asimismo: Apenas dijo, congojóse Aquiles y revolvió tan inquietante pena una vez y otra en su alentado pecho y en otra parte: Mas mover no logró a Belerefonte, guerrero cauto que con grande acierto los más prudentes medios discurría; y en las ocasiones imprevistas y arriesgadas que piden cierto ímpetu y entusiasmo no pinta al numen como que nos arrebata, sino como que mueve y dirige nuestra determinación; ni como que produce por sí los conatos y esfuerzos sino ciertas apariencias ocasionales de ellos; con las cuales no hace la acción involuntaria, sino que da un principio a lo voluntario con infundir aliento y esperanza; pues tina de dos: o hemos de desechar enteramente el auxilio divino de todas las acciones que llamamos y son nuestras, o si no ¿de qué otro modo auxiliarán los dioses a los hombres y cooperarán con ellos? No ciertamente amoldando nuestro cuerpo, ni aplicando ellos mismos nuestras manos y nuestros pies, sino despertando con ciertos principios, con ciertas apariencias e inspiraciones la parte activa y electiva de nuestra alma, o, al contrario, desviándola o conteniéndola.