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El pueblo romano, cuanto fue el miedo y el peligro mientras le amenazó la guerra, otro tanto sintió de regocijo cuando la vio disipada. Apenas los que estaban en la muralla vieron retirarse a los Volscos, abrieron todos los templos, llevando coronas como en una victoria, y disponiendo sacrificios. Señalábase principalmente la alegría de la ciudad en los honores y obsequios de las mujeres, del Senado y de la muchedumbre, que reconocían y profesaban haber sido éstas la causa cierta de su salud. Decretó, pues, el Senado que lo que en ellas mismas propusieran en reconocimiento y gloria suya, aquello ejecutaran las autoridades: mas ninguna otra cosa pidieron, sino que se construyera un templo a la Fortuna Femenil, haciendo ellas el gasto, y no poniendo la ciudad más que lo relativo a las víctimas y culto que convinieran a los Dioses. El Senado, aunque aplaudió su celo, labró el templo y la efigie a expensas del público; pero no por eso dejaron aquellas de recoger dinero, e hicieron otra segunda estatua, de la que refieren los Romanos que, colocada en el templo, articuló éstas o semejantes palabras: “Con piadosa determinación me dedicasteis vosotras las mujeres”.

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