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Escuchó Marcio este razonamiento de Volumnia sin responder cosa alguna; y como aun después de haber concluido se mantuviese en silencio por bastante rato: “¿Por qué callas, hijo?- continuó diciendo- ¿Será cosa honesta concederlo todo al enojo y a la venganza y no lo será hacer merced a una madre que tan racionalmente pide? ¿O le está bien al hombre grande conservar la memoria de los malos que ha sufrido, y el honrar y reverenciar los beneficios que los hijos reciben de las madres no será propio de un hombre grande y esforzado? Y en verdad que el mostrar reconocimiento, a nadie le estaría mejor que a ti, que tan ásperamente te declaras contra la ingratitud, pues de la patria bien costosa satisfacción tienes tomada: mas a tu madre no hay cosa en que la hayas atendido, cuando nada debía ser tan sagrado como el que yo alcanzara de ti sin premio las cosas tan honestas y justas que te pido; mas, pues que no acierto a moverte, ¿por qué no acudo a la última esperanza?” Y diciendo estas palabras se arroja a sus pies, juntamente con la mujer y los hijos. Entonces Marcio exclama: “¡En qué punto me habéis contenido, oh madre!” Y alzándola del suelo y apretándole fuertemente la mano: “Venciste- le dice-, alcanzando una victoria tan feliz para la patria como desventajosa para mí, que me retiro vencido de ti sola”. Dicho esto, habló aparte por breve tiempo con la madre y la mujer, y a su ruego las volvió a mandar a Roma. Pasada la noche, se retiró con los Volscos, que no todos pensaban de él o le miraban de una misma manera; pues unos estaban mal con él mismo y con esta acción, y otros ni con lo uno ni con lo otro, teniendo más dispuesto su ánimo a la concordia y a la paz. Algunos había que, a pesar de estar disgustados con lo ocurrido, no culpaban con todo a Marcio, sino que le creían excusable, por cuanto había sido combatido de afectos tan poderosos. Mas nadie le contradijo, sino que todos le siguieron, más arrastrados de su virtud que de su autoridad.

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