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Alcibíades, pues, no negaba que le era muy satisfactorio verse honrado y que sentía ser desatendido; procuraba, por tanto, ser afable y halagüeño con cuantos se le presentaban; en cambio, a Marcio no le permitió su orgullo hacer obsequios a los que podían honrarle y adelantarle, y al mismo tiempo la ambición le hizo irritarse y enfadarse cuando le desatendieron. Y esto es lo único que puede mirarse como culpable en tan esclarecido varón, habiendo sido todos los demás hechos suyos sumamente brillantes: y en cuanto a la templanza y desprendimiento del dinero, era digno de que se le comparara con los más excelentes y más íntegros de los Griegos, y no con Alcibíades, sumamente osado en estos puntos, y que hacía muy poca cuenta de la virtud.


Cuando me dediqué en un principio a escribir por este método las vidas, tuve en consideración a otros; pero en la prosecución y continuación he mirado también a mí mismo, procurando con la Historia, como con un espejo, adornar y asemejar mi vida a las virtudes de aquellos varones: pues lo pasado se parece más que a ninguna otra cosa a la coexistencia en un tiempo y en un lugar; cuando recibiendo y tomando de la historia de cada uno de ellos separadamente, como si vinieran de una peregrinación, vamos considerando “cuáles y cuán grandes eran”; haciendo examen para nuestro provecho de las más principales y señaladas de sus acciones. “Y a fe mía, ¿dónde encontrar motivo de mis dulces alegrías?” ¿Qué medio más poderoso que éste podemos elegir para la reforma de las costumbres? Porque con sentar Demócrito que lo que debíamos desear era que la suerte nos proporcionara imágenes bellas, y que más bien nos vinieran de lo que nos rodea las convenientes y provechosas, que no las malas y siniestras, introdujo en la filosofía un axioma falso, capaz de conducir a interminables supersticiones: cuando nosotros, con ocuparnos en la Historia y acostumbrarnos a esta clase de escritura, teniendo siempre presentes en nuestros ánimos los monumentos que nos dejaron los varones más virtuosos y aprobados, nos proveemos de medios con que deshacer y borrar lo malo y vicioso que de la necesaria comunicación de los hombres puede pegársenos, convirtiendo nuestra mente tranquila y sosegada a los ejemplos más virtuosos. Continuando, pues, en este propósito, te ponemos ahora en la mano la vida de Timoleón de Corinto y de Emilio Paulo, varones que no sólo se parecieron en sus inclinaciones, sino también en haberles sido próspera la Fortuna, dando motivo a que se dude si tuvo más parte en sus triunfos la buena suerte que la prudencia.

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