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La situación de los Siracusanos antes de que Timoleón fuese enviado a Sicilia era ésta: Dión había conseguido arrojar de Sicilia a Dionisio el Tirano, pero, muerto él mismo con una alevosía, entró la división entre los que con Dión habían libertado a los Siracusanos; y la ciudad, pasando sin intermisión del dominio de uno al de otro tirano, estuvo en muy poco que no se despoblase. En lo restante de la Sicilia, una parte había mudado de forma y quedado sin pueblos a causa de las guerras, y el mayor número de las ciudades estaban en poder de soldados mercenarios y aventureros, abandonándolas fácilmente los que en ellas mandaban. Al año décimo, reuniendo Dionisio algunos extranjeros y lanzando al tirano Niseo, que estaba entonces apoderado de Siracusa, volvió a ponerse al frente de los negocios, y si extraño había sido que con muy pocas fuerzas se le hubiese hecho perder la mayor de las dominaciones que entonces existían, más extraño fue todavía que de desterrado y abatido hubiese vuelto a hacerse dueño de los que le desecharon. De los Siracusanos, pues, los que se mantuvieron en la ciudad quedaron esclavizados a un tirano que, no siendo de suyo nada benigno, tenía además exulcerado entonces su ánimo con las desgracias; y los principales y más distinguidos, acogiéndose a Hícetes, sobresaliente en autoridad entre los Leontinos, se pusieron enteramente en sus manos y le eligieron caudillo para la guerra, no porque fuese mejor que los que abiertamente se decían tiranos, sino que no tenían otro recurso, y prefirieron dar su confianza a un siracusano de origen, que reunía una fuerza proporcionada contra el tirano.

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