Al arribo de los embajadores, los Corintios, acostumbrados siempre a ser rogados de sus colonias, y especialmente de la de los Siracusanos, como afortunadamente no hubiese entonces entre los Griegos nadie que los incomodase, hallándose en plena paz y sosiego, decretaron socorrerlos con todo empeño. Meditaban sobre el general que enviarían, y escribiendo y proponiendo los magistrados a aquellos que más se esforzaban por sobresalir en la ciudad, levantóse uno entre ellos e indicó a Timoleón, hijo de Timodemo, no porque todavía manejase los negocios públicos o pudiera concebirse en él tal esperanza y tal deseo, sino que fue una casual ocurrencia inspirada quizá por algún dios; ¡tal fue la buena suerte que para la elección siguió al punto a esta propuesta, y tanta la gracia que brilló después en sus acciones, dando grande realce a su virtud! Él era ilustre en la ciudad por sus padres Timodemo y Demaxista; amante de la patria y muy dulce de condición; solamente enemigo irreconciliable de los tiranos y de los malos. Para las cosas de la guerra, recibió de la naturaleza una tan bien templada disposición, que, siendo joven, manifestó mucho juicio, y declinando ya la edad no fue menor su valor en las ocasiones. Tuvo un hermano mayor llamado Timófanes, que en vez de serle parecido era temerario y se había dejado alucinar del deseo de la tiranía por malos amigos y por soldados extranjeros, que tenía siempre consigo, siendo, por otra parte, según parecía, intrépido y despreciador de los peligros en la milicia, que era por lo que habiendo ganado entre los ciudadanos fama de hombre activo y buen militar, se había hecho nombrar para el mando. Aun en esto le servía de mucho Timoleón, ocultando siempre sus yerros o haciéndolos parecer menores, y dando brillantez e incremento a las buenas calidades que recibió de la naturaleza.