En la batalla que los Corintios tuvieron con los Argivos y Cleoneos, a Timoleón le cupo pelear con la infantería, y a su hermano, que mandaba la caballería, le sobrevino un repentino peligro: derribóle el caballo, cayendo herido a la parte de los enemigos; de sus camaradas, unos se dispersaron al punto sobrecogidos de miedo, y otros, aunque no abandonaron el puesto, peleando pocos contra muchos, con dificultad se defendían. Timoleón, pues, luego que entendió lo sucedido, corrió en su auxilio, y oponiendo el escudo del rendido Timófanes, acosado con los dardos y con los golpes que de cerca se dirigían contra su cuerpo y contra las armas, ahuyentó, no sin gran trabajo, a los enemigos y salvó al hermano. A poco, los de Corinto, temerosos no les sucediese lo que antes de parte de sus aliados, que fue perder la ciudad, decretaron mantener cuatrocientos extranjeros, y nombraron caudillo de ellos a Timófanes; mas éste, olvidado de toda honestidad y justicia, inmediatamente empezó a trabajar por reducir la ciudad a su dominación, y quitando del medio sin forma ninguna de juicio a muchos de los ciudadanos más principales, se erigió abiertamente en tirano. Sentíalo extraordinariamente Timoleón, y mirando como su mayor desgracia la perversidad del hermano, procuró hablarle y exhortarle a que, desistiendo de la locura e infelicidad de semejante proyecto, viera el modo de enmendar el yerro cometido contra sus conciudadanos. Oyóle aquel con indignación y desprecio, y él, entonces, tomando consigo de los de la familia a Esquilo, que era hermano de la mujer de Timófanes, y de los amigos a un agorero, llamado Sátiro, según Teopompo, y Ortágoras, según Éforo y Timeo, después de haber pasado algunos días, subió de nuevo a ver al hermano, y rodeándole los tres, le rogaban, y con razones le persuadían, a que se arrepintiera de su propósito; mas como Timófanes al principio les respondiese con mofa, y después se irritase y enfadase con ellos, Timoleón se retiró a un lado, y cubriéndose con su ropa, lloraba su desgracia; pero los otros, desenvainando las espadas, dieron muy pronto cuenta de él.