Prontas ya las naves, y provistos los soldados de cuanto necesitaban, parecíales a las sacerdotisas de Proserpina haber visto entre sueños que las Diosas se disponían para una romería, y haberles oído decir que se proponían acompañar a Timoleón a Sicilia, por lo cual, aparejando los Corintios una nave sagrada, la llamaron la de las dos Diosas. Timoleón pasó a Delfos, donde hizo sacrificio al dios, y cuando bajaba al lugar de los oráculos ocurrió un prodigio: porque, desprendiéndose y volándose de entre las ofrendas que allí estaban suspendidas una venda, en que había bordadas coronas y victorias, vino a caer sobre la cabeza de Timoleón, como dando a entender que era enviado a la expedición coronado por la mano del dios. Teniendo, pues, siete naves corintias, dos de Corcira, y dando los Leucadios la décima nave, hízose con ellas a la vela; y hallándose a la noche en alta mar llevado de favorable viento, pareció que de repente se rasgó el cielo, enviando sobre la nave una gran columna de fuego resplandeciente, y que alzada en alto una antorcha semejante a las de los misterios, y siguiendo el mismo curso, vino a fijarse en el punto de Italia hacia el que dirigían el rumbo los timoneros. Los adivinos declararon que aquella visión concordaba con los sueños de las sacerdotisas, y que el fuego del cielo significaba que las Diosas protegían la expedición, por cuanto la Sicilia estaba consagrada a Proserpina, teniéndose por cierto que allí se había ejecutado el rapto y que aquella isla se le había dado en dote al tiempo de sus bodas.