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Refiérese también de él algunos dichos de los que se puede inferir que no dejaba de acomodarse con dignidad a las cosas presentes. Como, por ejemplo: habiendo pasado a Léucade, ciudad fundada por los Corintios, igualmente que la de Siracusa, dijo le sucedía lo mismo que a aquellos jóvenes que han caído en faltas; porque al modo que éstos se acogen gustosos a los hermanos y de vergüenza huyen de casa de los padres, de la misma manera, avergonzándose él de residir en la metrópoli, habitaba allí contento con los Leucadios. Otro ejemplo: reconviniéndole en Corinto un forastero con groserías sobre sus conferencias con los filósofos en las que parecía complacerse cuando reinaba, y preguntándole últimamente de qué le había servido la sabiduría de Platón: “¿Te parece, le dijo, que no nos sirvió Platón de nada cuando ves cómo llevamos esta mudanza de fortuna?” Al músico Aristóxeno y algunos otros que le preguntaron cuál era y de dónde provenía la querella que había tenido con Platón, les respondió que, estando la tiranía rodeada siempre de grandísimos males ninguno era comparable con el de no atreverse a hablarle claro los que se venden por amigos, y que éstos eran los que le habían privado del aprecio de Platón. Queriendo dárselas uno de gracioso y zaherir a Dionisio, sacudió la capa al tiempo de entrar a verle, como para notarle de tirano; y él, volviéndole la burla, le dijo sería mejor lo hiciese al tiempo de salir de su casa, para no llevarse nada de lo que había en ella. Dejándose caer Filipo el de Macedonia en un convite ciertas expresiones irónicas acerca de las poesías y tragedias que Dionisio el mayor dejó escritas, haciendo como que dudaba en qué tiempo pudo tener vagar para estas tareas, le salió oportunamente al encuentro Dionisio, diciéndole: “En aquel que tu, yo y los demás que pasamos por felices gastamos en francachelas”. Platón no alcanzo a ver a Dionisio en Corinto, porque ya había muerto, pero Diógenes de Sinope, la primera vez que se acercó a él: “Indignamente vives, le dijo, oh Dionisio”; y respondióle éste: “Te agradezco, oh Diógenes, que te compadezcas de mi infortunio”; “¿Cómo, replicó Diógenes, piensas que me compadezco, cuando más bien me irrito de que siendo un tan vil esclavo, digno de morir de viejo, como tu padre, en la tiranía, veo que estás aquí divirtiéndote y solazándote con nosotros?” De manera que cuando comparo con estas respuestas las exclamaciones que Filisto emplea compadeciendo a las hijas de es por haber descendido de los grandes bienes de la tiranía a un pasar estrecho y miserable, gradúo a éstas por lamentaciones de una mujerzuela que echara menos los alabastros, la púrpura y el oro. Creernos que estas cosas no entran mal en esta clase de escritos y que no son inútiles para lectores que no estén de prisa ni escasos de tiempo.

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