Pues si la desdicha de Dionisio debió parecer extraña, no fue menos de admirar la dicha de Timoleón, porque a los cincuenta días de haber desembarcado en Sicilia tomó el alcázar de los Siracusanos y despachó a Dionisio al Peloponeso. Alentados con estos sucesos los Corintios, envíanle dos mil infantes y doscientos caballos, los cuales, llegados a Turios, considerando arriesgada aquella travesía, por tener los Cartagineses obstruido el mar con muchas naves, precisados a detenerse allí esperando oportunidad, sacaron al fin partido de aquel ocio para una acción provechosa. Porque de los Turios, los que habían peleado contra los Brecianos, tomando esta ciudad y teniéndola como patria, la guardaron con leal y fiel custodia. Hícetes, que, como se ha visto, tenía sitiado el alcázar de Siracusa, impedía que a los Corintios les llegasen los víveres por mar; y respecto de Timoleón, habiendo sobornado a dos extranjeros para que a traición le diesen muerte, los envió a Adrano, donde, además de que aquel no solía usar guardia alguna para su persona, confiado en el dios, se entretenía todavía con menos cuidado y recelo en medio de los Adranitas. Supieron por casualidad los sobornados que iba a hacer un sacrificio, y dirigiéndose al templo con puñales encubiertos debajo de la ropa se metieron entre los que estaban junto al ara, y poco a poco se le fueron acercando más. No faltaba ya otra cosa sino que se diera la voz para la acometida, cuando uno de los circunstantes hiere con el puñal en la cabeza a uno de los dos, que cayó muerto; y entonces, ni se detuvo el que dio el golpe ni el que había ido con el herido, sino que aquel, de la misma manera como estaba con el puñal en la mano, dio a huir y se subió a una piedra muy alta; y este otro, asiéndose al ara, pedía a Timoleón que le indultase bajo la condición de descubrirlo todo. Concediósele, y reveló contra sí y contra el muerto que habían sido enviados para asesinarle. En esto, ya otros traían al de la piedra, que venía gritando no haber cometido delito alguno, sino que con justicia había dado muerte a aquel hombre para vengar la de su padre, a quien antes la había dado aquel en Leoncio. Hubo entre los presentes algunos que lo atestiguaron, maravillándose al mismo tiempo de la destreza con que la Fortuna mueve unas cosas por medio de otras, y reuniéndolas y combinándolas todas, desde lejos se sirve de las que parece estar más distantes y no tener nada de común entre sí, haciendo que el fin de las unas sea el principio de las otras. Los Corintios premiaron a este hombre con diez minas, porque parece prestó una indignación justa al Genio que velaba sobre Timoleón; y aquella ira que tanto tiempo hacía abrigaba en su pecho no la gastó antes, sino que con el motivo de su particular encono la reservó íntegra para salud de aquel por disposición de la fortuna. Sirvióles este favor presente de la suerte para formar esperanzas sobre lo futuro, viendo que debían respetar y conservar a Timoleón como a un hombre sagrado, venido para ser por voluntad de los Dioses el vengador de la Sicilia.