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Iba subiendo a un collado, vencido el cual habían de descubrirse el ejército y todas las fuerzas de los enemigos, cuando llegaron a ellos unas acémilas cargadas de apios; a los soldados les ocurrió que era mala señal, porque tenemos la costumbre de coronar por piedad con apio los monumentos de los muertos, y de aquí nació el proverbio que dice, respecto del que se halla peligrosamente enfermo, que aquel está ya pidiendo apio. Queriendo, pues, apartarlos de semejante superstición y disipar su desconfianza, parando la marcha, les habló Timoleón en los términos que el caso pedía, y les dijo: “Que antes de la victoria la corona por sí misma se les venía a la mano, porque los Corintios coronan con apio a los que vencen en los Juegos Ístmicos, teniendo a esta planta por una insignia sagrada y propia de su país”. Pues ya entonces era de apio la corona de los Juegos ístmicos, como lo es ahora de los Nemeos, y no mucho antes había sido de pino. Hablando, pues, Timoleón a los soldados en la forma que hemos dicho, y tomando unas hojas de apio, se coronó el primero: después de él lo hicieron los jefes, y luego la tropa. Divisaron entonces los adivinos dos águilas que por allí pasaban, de las cuales la una llevaba un dragón despedazado entre las garras, y la otra en su vuelo daba grandes y descompasados chillidos; mostráronlas, pues, a los soldados, y todos se movieron a hacer votos y plegarias a los Dioses.

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