El cargo primero que pidió, de los más distinguidos en la república, fue el de edil, para el que fue preferido a doce concurrentes, que todos se dice haber sido después cónsules. Criado para el sacerdocio de los llamados Augures, a los cuales tienen los Romanos por inspectores y celadores de la adivinación por las aves y los prodigios, de tal modo observó las costumbres patrias y emuló la piedad de los antiguos en las cosas de la religión, que este sacerdocio, que hasta entonces no había parecido más que un honor, apetecido precisamente por cierta gloria y opinión, compareció entonces como una de las artes más perfectas, viniendo a coincidir con el sentir de aquellos filósofos que habían definido la piedad ciencia del culto de los Dioses; porque todo lo hizo con ensayo y con esmero, no ocupándose en otra cosa cuando de éstas se trataba, ni omitiendo o innovando nada, sino conferenciando siempre e instruyendo a sus colegas hasta en las cosas más pequeñas, de manera que si alguno podía tener por leve y muy disculpable el faltar en estos objetos religiosos, él hacía ver que era peligrosa para la ciudad la remisión y negligencia en ellos. Porque ninguno empieza de pronto a trastornar el gobierno con un gran crimen, sino que abren camino para destruir la guarda de las cosas mayores los que descuidan del celo y esmero en las pequeñas. Por el mismo término se ostentó maestro y celador de las costumbres militares, no con hacerse popular en el mando, ni aspirando, como muchos entonces, a los segundos grados con hacerse obsequioso y blando a los súbditos, sino con observar las costumbres de la milicia como un sacerdote las ceremonias más tremendas, y haciéndose temible a los desobedientes y transgresores: así es como hizo prosperar a la patria, teniendo casi por secundario el vencer a los enemigos respecto del instruir a sus ciudadanos.