Tenían que sostener entonces los Romanos la guerra suscitada con Antíoco el Grande , y mientras marchaban contra él los generales más acreditados, se movió otra nueva guerra en el Occidente por los grandes alborotos ocurridos en España. Envióse a ella a Emilio, con el cargo de pretor, el cual no se mostró con solas seis fasces, que era el número concedido a los pretores, sino que tomó otras tantas; de manera que su mando en la dignidad se hizo consular. Venció, pues, dos veces en batalla campal a los bárbaros, exterminando hasta treinta mil; esta victoria parece que fue puramente obra del general, por haber sabido elegir los puestos y haberla hecho fácil a los soldados con el paso de cierto río. Tomó en consecuencia posesión de doscientas cincuenta ciudades que voluntariamente le abrieron las puertas, y, dejando en paz y concordia la provincia, se restituyó a Roma; no habiéndose hecho más rico con este mando ni en un maravedí. Porque, generalmente, era poco cuidadoso de su hacienda y nada escaso en el gasto con proporción a lo que tenía, que no era mucho, pues debiéndose pagar después de su muerte la dote de su mujer, apenas hubo lo preciso.