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El que Emilio Paulo, marchando a aquella campaña, hubiera llegado al ejército con mucha prontitud y seguridad, haciendo su navegación felizmente y sin tropiezo, téngolo desde luego por cosa prodigiosa, y por lo que hace a la guerra misma y los sucesos de ella, parte atribuyo a lo pronto de su decisión, parte a su buen consejo, y parte también a la diligencia de sus amigos; mas al ver que todo se hizo en virtud de intrepidez en los peligros y de gran firmeza en las determinaciones, obra tan señalada y gloriosa como ésta no considero que deba atribuirse, como respecto de otros generales, a la buena, dicha de este insigne varón; a no ser que se quiera llamar buena dicha de Emilio la avaricia de Perseo, la cual, temiendo por el dinero, echó por tierra y aniquiló las grandes y brillantes esperanzas que en aquella guerra tenían fundadas los Macedonios. Porque a su ruego acudieron a él los Bastarnas, diez mil de a caballo y diez mil de relevo, todos a sueldo, hombres que no entendían de labrar la tierra, ni de navegar, ni de vivir pastoreando ganado, sino que estaban dados a una sola obra y a un solo arte, que era el de, hacer siempre la guerra y vencer a sus contendores. Luego, pues, que llegaron a acamparse cerca de Médica , mezclados con los soldados del rey aquellos hombres altos en su estatura, ágiles en los ejercicios del cuerpo, altivos y vanagloriosos en sus amenazas contra los enemigos, infundieron a los Macedonios la opinión y confianza de que los Romanos no los aguardarían, sino que se asustarían al ver sus semblantes y movimientos extraños y espantosos. Después que Perseo había dispuesto así los ánimos, y llenándolos de tamañas esperanzas, cuando le pidieron mil áureos por cada uno de los capitanes, irresoluto y fuera de tino con la demanda de tanto dinero, por codicia desechó y abandonó el socorro que se le ofrecía, como si fuera mayordomo y no enemigo de los Romanos, y como si hubiera de dar una cuenta exacta de los gastos de la guerra a aquellos con quienes combatía, cuando éstos le mostraban lo que había de hacer, con tener, como tenían, sobre todo el demás repuesto, cien mil hombres reunidos y prontos para lo que fuera menester; mas él, teniendo que contrarrestar tales fuerzas y tal guerra, en la que era inmenso lo que había de expenderse, andaba midiendo y escaseando el dinero, temiendo tocarlo como si fuese ajeno; y esto lo hacía, no uno que venía de los Lidios o de los Fenicios, sino uno que remedaba por el linaje la virtud de Alejandro y de Filipo, los cuales, con pensar que los sucesos se habían de comprar con el dinero, y no el dinero con los sucesos, alcanzaron cuanto se propusieron; pues se decía que no era Filipo quien tomaba las ciudades de los Griegos, sino el oro de Filipo; y Alejandro, al emprender la expedición de la India, viendo que los Macedonios arrastraban con trabajo el gran botín que tomaron a los Persas, lo primero que hizo fue poner fuego a sus carros, y después persuadió a los demás que hicieran otro tanto, para marchar ágiles a la guerra, como desembarazados de un estorbo. Mas Perseo, anteponiendo el oro a sí mismo, a sus hijos y al reino, no quiso salvarse a costa de un poco de dinero, sino ir cautivo al igual que otros muchos, como un rico esclavo, a hacer ver a los Romanos cuánta era la riqueza que avaro y escaso les había reservado.

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