Era costumbre que los elegidos cónsules, para mostrar su agradecimiento, saludaran al pueblo con semblante risueño desde la tribuna; mas Emilio, congregando en junta a los ciudadanos, les dijo que él había pedido el primer consulado apeteciendo el mando, y el segundo porque ellos buscaban un general; por tanto, que ninguna gratitud les debía, y que si pensaban que otro conduciría mejor las cosas de la guerra, se desistía del mando; mas si confiaban en él, que en nada se mezclaran ni anduvieran alborotando, sino que con silencio se ayudaran a preparar lo necesario para la expedición, pues si querían mandar al que los mandaba, se harían más ridículos de lo que eran en las cosas de la guerra. Con este discurso causó gran vergüenza a los ciudadanos, inspirándoles al mismo tiempo gran confianza en el éxito; estando todos muy contentos con no haber hecho caso de los aduladores y haber elegido un general de tanta franqueza y prudencia. ¡Hasta este punto se sacrificaba el pueblo romano por la virtud y la honestidad cuando se trataba de dominar y ser el primero de todos!