Trabada la pelea, se presentó Emilio, y llegó a tiempo en que ya los primeros Macedonios, enristradas las lanzas, herían en los escudos de los Romanos, que no podían ofenderlos en lo vivo con sus espadas. Mas cuando después, desprendiendo del hombro los demás Macedonios las adargas, y recibiendo también a una sola señal con las lanzas en ristre a los legionarios Romanos, vio la fortaleza de la formación y la presteza del ataque, no dejó de sorprenderse y concebir temor, por no haber visto nunca un espectáculo tan terrible; así es que hacía mención frecuente de aquella sensación y de aquel espectáculo. Ostentóse entonces a sus combatientes con rostro sereno y placentero, recorriendo a caballo las filas sin yelmo y sin coraza. Mas el rey de los Macedonios, lleno de miedo, según dice Polibio, luego que se comenzó la batalla, huyó a caballo a la ciudad, pretextando que iba a sacrificar a Herades, que no recibe sacrificios tímidos de los cobardes ni acepta votos injustos: pues no es justo en ninguna manera que el que no tira al blanco lleve el premio, ni que venza el que no resiste, ni que salga bien el que nada hace, ni, finalmente, que tenga buena suerte el hombre malo. Por el contrario, a los ritos de Emilio se prestó grato el dios, pues peleando rogaba la victoria y buen éxito de la guerra, y combatiendo llamaba al dios en su auxilio. Con todo, un escritor llamado Posidonio, que se dice haber coincidido en aquellos tiempos y en aquellos sucesos, el cual compuso la historia de Perseo en muchos libros, dice que no se retiró por miedo ni a causa del sacrificio, sino que en el principio de la batalla le sucedió ya que un caballo lo dio una coz en un muslo, y en la batalla misma, no obstante que se hallaba muy incomodado, y que lo contenían los amigos, hizo que del bagaje le trajeran un caballo; que montando en él se colocó en la falange sin coraza, y que tirándose de una y otra parte muchas armas arrojadizas, le alcanzó un dardo todo de hierro, el cual no le dio de punta, sino que el golpe se corrió por el costado izquierdo; mas con todo, con el ímpetu de la marcha se le abrió la túnica y se vio la carne enrojecida con una gran contusión que por mucho tiempo conservó la señal del golpe; así es como Posidonio hace la apología de Perseo.