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Hacia la entrada de la tarde, dicen algunos que, con designio de preparar Emilio que fuese de los enemigos la acometida, dio orden de que los Romanos soltaran por aquella parte un caballo sin freno, y que, yendo en su persecución, éste fue el principio de la pelea; mas otros sostienen que al retirarse con forraje los bagajes de los Romanos los acometieron los Tracios, mandados por Alejandro; que en defensa de aquellos salieron corriendo setecientos Ligures, y que acudiendo muchos al socorro de unos y otros, así fue como de ambas partes se trabó la pelea. Emilio, conjeturando, como un buen piloto, por el repentino ímpetu y movimiento de los ejércitos, lo arriesgado de aquella lucha, salió de la tienda y recorrió las filas de la infantería, infundiéndoles aliento; Nasica, que se había dirigido a las tropas ligeras, reparó en que faltaba muy poco para que estuviese ya trabado el combate con todas las fuerzas enemigas. Venían los primeros los Tracios, cuyo aspecto se dice ser muy fiero, hombres de procerosa estatura, con escudos blancos y relucientes, y botas de armadura, vestidos de túnicas negras, llevando pendientes del hombro derecho espadas largas de grave peso. Seguían a los Tracios los estipendiarios, con armas muy diversas, y con ellos venían mezclados los de la Peonia. El tercer orden era de las tropas escogidas de los Macedonios, los más sobresalientes en robustez y edad, deslumbrando con armas de oro y con ropas de púrpura. Colocados éstos en formación, sobrevinieron del campamento las falanges con bronceados escudos, llamadas calcáspidas, llenando el campo del resplandor del hierro y de la brillantez del metal, y haciendo resonar por los montes la vocería y confusión de los que mutuamente se animaban; habiéndose hecho con tal arrojo y prontitud esta embestida, que los primeros cadáveres cayeron a dos estadios del campamento de los Romanos.

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