Dio después de esto descanso al ejército, y tomó para sí por tarea y por honroso y humano recreo el visitar la Grecia; porque recorriendo y tomando bajo su amparo los pueblos, confirmó su gobierno y les hizo donativos, a unos de granos y a otros de aceite; pues se cuenta haber sido tan grande el repuesto que se encontró, que antes faltó a quién darlo y quién lo pidiese, que agotarse lo que se tenía prevenido. Habiendo visto en Delfos un gran pedestal construido de piedras blancas, sobre el que había de colocarse una estatua de oro de Perseo, mandó que en vez de aquella se pusiese la suya, pues era razón que los vencidos cediesen su puesto a los vencedores. Y en Olimpia se refiere que profirió aquel dicho tan celebrado: Que Fidias había esculpido el Zeus de Homero. Al llegar de Roma diez mensajeros, restituyó a los Macedonios su tierra y sus ciudades libres e independientes, mas con el tributo a favor de Roma de cien talentos, menos de la mitad de aquello con que contribuían a los reyes; ordenó espectáculos y juegos de todas especies y sacrificios a los Dioses, y dio cenas y banquetes, gastando con profusión de la despensa real; pero en el orden y aparato, en las salutaciones y demás cumplidos, en la distribución del lugar y honor que a cada uno le era debido, manifestó un conocimiento tan diligente y cuidadoso, que se maravillaron los Griegos de que para tales desahogos no le faltase atención, sino que, con ejecutar tan grandes hazañas, aun las cosas pequeñas las pusiese tan en su punto. Estaba también muy complacido por advertir que entre tanta prevención y tanto brillo él era el más dulce recreo y espectáculo para los que con él asistían. A los que mostraban maravillarse de su desvelo respondía que a un mismo ingenio pertenecía disponer bien un ejército y un banquete: aquel para hacerle el más terrible a los enemigos, y éste el mas grato a los convidados. Ni era menos celebrada de todos su liberalidad y grandeza de ánimo; pues con haber encontrado amontonado mucho oro y mucha plata en los tesoros del rey, ni siquiera quiso verlo, sino que lo puso a disposición de los cuestores para el erario. Solamente a aquellos de sus hijos que eran dados a las letras les permitió escoger entre los libros del rey, y al distribuirlos premios del valor dio a Elio Tuberón, su yerno, una copa de peso de cinco libras. Este es aquel Tuberón de quien dijimos vivía con once parientes suyos en una misma casa, manteniéndose todos con el producto de un campo muy pequeño. Dícese que esta fue la primera plata que entró en la casa de los Elios, ganada con la virtud y el valor, y que fuera de esta alhaja, nunca ni ellos ni sus mujeres usaron cosa de oro o plata.