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Porque si, como discurría Ifícrates, las tropas ligeras dicen semejanza con las manos, la caballería con los pies, el grueso del ejército con el pecho y el torso todo, y el general con la cabeza, arriesgándose éste temerariamente no parecería que se olvidaba de sí mismo solamente, sino de todos, que tienen en él librada su salud, y al contrario. Así, Calicrátidas, aunque hombre grande en todo lo demás, no tuvo razón en la respuesta que dio al Agorero; rogábale éste que se guardara de la muerte que le denunciaban las víctimas, y él le contestó que no pendía Esparta de uno solo: pues, peleando, navegando y siendo mandado, Calicrátidas no era más que uno; pero de general, tomando sobre sí la suerte de todos, ya no era uno sólo aquel con quien tan grandes intereses iban a perderse. Mejor lo hizo Antígono el mayor cuando, al trabarse el combate naval cerca de Andro, diciéndole uno que eran muchas más las naves de los enemigos, “pues qué- le replicó-, ¿no te haces cargo que yo valgo por muchas?” ¡Grande ornamento del mando quien con destreza y virtud hace lo que se ha propuesto, y cuya atención primera es salvar al que ha de salvarlo todo! Por tanto, juiciosamente, Timoteo, como Cares mostrase un día a los Atenienses algunas cicatrices en su cuerpo y el escudo pasado de una lanzada, “pues yo- les dijo- estoy muy avergonzado de que cuando tenía sitiada a Samo me hubiese caído muy cerca un dardo, porque me conduje más juvenilmente de lo que correspondía a un general que tenía bajo su mando tantas tropas”. Porque cuando va un grande interés en que se arriesgue el general, entonces está muy bien que trabaje y lo ponga todo en el tablero sin ningún miramiento, enviando noramala a los que le vengan con el refrán de que el buen general debe morirse de vejez, o a lo menos morir viejo; pero cuando es de poca importancia lo que se ha de sacar del vencimiento, y todo se pierde si el general cae, entonces nadie debe pretender de éste una hazaña peligrosa, que sería más bien de un soldado raso. Me ha parecido oportuno empezar por estas advertencias cuando voy a escribir las vidas de Pelópidas y Marcelo, varones eminentes, pero que perecieron por inconsideración; pues con ser ambos muy denodados en el pelear, ornamento uno y otro de su patria por sus brillantes mandos, y opuestos a los más terribles contendores, siendo éste, según se dice, el primero que quebrantó a Aníbal, y habiendo aquel vencido en batalla campal a los Lacedemonios que dominaban en tierra y en mar, expusieron su vida con temerario arrojo por no haber tenido de sí mismos la debida cuenta, precisamente en el momento en que más necesidad había de su conservación y de su mando, que es por lo que, llevados de esta semejanza, hemos puesto en cotejo las vidas de ambos.

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