La familia de Pelópidas, hijo de Hipoclo, era, como la de Epaminondas, de las más ilustres de Tebas. Crióse con las mayores conveniencias, y, entrando todavía joven en la administración de una casa opulenta, se dedicó desde luego a dar socorros a los necesitados que contemplaba dignos, para ser verdaderamente dueño y no esclavo de las riquezas, pues la mayor parte de los hombres, como dice Aristóteles, o no usan de las riquezas, por avaricia, o abusan por desarreglo, y así como éstos se ve que son esclavos del regalo y los deleites, aquellos lo son de la vigilancia y el cuidado. Los socorridos, pues, se valieron con reconocimiento de la liberalidad y humanidad que en Pelópidas encontraban; sólo de Epaminondas no pudo recabar que disfrutase de su riqueza, sino que, a la inversa, él participó de la escasez de éste en lo pobre del vestido, en la frugalidad de la mesa y en la tolerancia de los trabajos, complaciéndose en su propia sencillez al frente del ejército, a la manera del Capaneo de Eurípides, que, con tener muchos bienes, no hacía alarde de su opulencia, sino que se hubiera avergonzado de dar indicios de que para su persona hacía más gasto que el menos favorecido de la Fortuna entre los Tebanos. Pues con serle ya a Epaminondas familiar y hereditaria la pobreza, hízola todavía más tolerable y ligera, entregándose a la filosofía y eligiendo desde luego el estado de célibe; Pelópidas, aunque había hecho una boda brillante y tenía hijos, no por eso dejó de distraerse del cuidado de su hacienda, con lo que, y con ocupar todo el tiempo en la causa pública, disminuyó su patrimonio; como los amigos se lo reprendiesen, diciéndole que hacía mal en mirar con abandono una cosa tan precisa como el tener caudal, “sí, a fe mía- les respondió-, para aquel infeliz de Nicodemo”, mostrándoles a uno que era cojo y ciego.