Pelópidas y los que con él venían se disfrazaron luego con ropas de labradores, y, separados unos de otros, entraron unos por una parte y otros por otra en la ciudad, siendo aún de día. Nevaba además con ventisca, habiendo empezado a empeorase el tiempo, con lo que fue más oculta su venida, habiéndose retirado casi todos a su casa por el frío. Los que estaban encargados de atender a lo que se tenía tratado cuidaron de buscar a los recién llegados y conducirlos a casa de Carón. Con los desterrados eran éstos al todo cuarenta y ocho. Vamos ahora a lo que pasaba con los tiranos. Fílidas el secretario concurría, como hemos dicho, a la ejecución de todo, estando de acuerdo con los desterrados; y para aquel día había dispuesto de antemano para Arquias y los suyos una reunión con merienda y concurso de mujeres, preparándolos así a que, relajados con los placeres y bien bebidos, fueran más fácil presa de los que contra ellos venían. Cuando ya no les faltaba mucho para estar beodos, les vino una denuncia contra los desterrados, no falsa en verdad, pero dudosa y sin gran certeza, de que estaban ocultos en la ciudad. Procuró Fílidas desvanecer el aviso; mas con todo envió Arquias a uno de los ministros a casa de Carón con orden de que compareciera allí al punto. Era entrada la noche, y Pelópidas y demás confederados estaban adentro disponiéndose, puestas ya las armaduras y tomadas las espadas. Llamóse de repente a la puerta, y corriendo uno de los de casa le enteró el ministro que Carón era llamado de parte de los Polemarcos, lo que anunció a los de adentro con sobresalto. Todos concibieron que el negocio estaba descubierto y que iban a perecer sin haber hecho nada digno de los hombres virtuosos. Con todo, tuvieron por conveniente que Carón obedeciese y quitara toda sospecha a los magistrados; y él, aunque era de suyo varonil y firme en los riesgos, entonces se quedó confuso y apesadumbrado, no se levantase contra él alguna sospecha de traición y perecieran a un tiempo tantos y tan ilustres ciudadanos. Mas teniendo al fin que partir, tomó en la habitación de las mujeres a su hijo, que todavía era muy jovencito, y en la belleza y robustez sobresalía entre los de su edad, y le entregó a Pelópidas, para que si llegasen a entender de él algún engaño o traición le trataran como a enemigo sin conmiseración alguna. A muchos de ellos se les cayeron las lágrimas con semejante escena y semejante resolución, y todos se mostraron ofendidos de que se creyera que podía haber entre ellos alguno tan tímido o tan perturbado con aquellos acontecimientos que concibiera la menor sospecha o produjese la más leve queja, rogándole que no pusiera entre ellos al hijo, y antes lo reservase de lo que podía ocurrir para que en él creciera el vengador de la ciudad y de sus amigos, salvándose y sustrayéndose al rigor de los tiranos. Mas Carón no condescendió en que su hijo se libertase, diciendo que no podía haber para él vida o salud más gloriosa que morir libre de afrenta con su padre y con tales amigos. Haciendo, pues, plegarias a los Dioses, y abrazando y confortando a todos, marchó con el cuidado de componer el semblante y el tono de la voz, de manera que no apareciese indicio de lo que pensaba ejecutar.