Después de la derrota de los Ceninetes, cuando todavía los demás Sabinos hacían preparativos, se declararon contra los Romanos los de Fidenas, de Crustumno y Antemna, y dada la batalla, siendo de la misma manera derrotados, hubieron de dejar que por los Romanos fuesen tomadas sus ciudades, talados sus campos, y ellos mismos trasladados a Roma. Rómulo entonces todo el restante terreno lo repartió a los ciudadanos; pero el que poseían los padres de las doncellas robadas lo dejó en su poder. Llevándolo a mal los demás Sabinos, y nombrando por su general a Tacio, se vinieron sobre Roma. No era fácil aproximarse a ella, teniendo por antemural el que ahora es Capitolio, donde se había construido un fuerte, en el que mandaba Tarpeyo, y no la doncella Tarpeya, como pretenden algunos, dando una mala idea del talento de Rómulo. Era, sin embargo, Tarpeya hija del gobernador, la cual entregó, por traición, el fuerte a los Sabinos, deslumbrada con los brazaletes de oro de que los vio adornados; así, pidió por premio de su traición lo que llevasen todos en la mano izquierda; y otorgado así por Tacio, abriéndoles a la noche una puerta, dio entrada a los Sabinos. No fue, pues, Antígono según parece, el único que dijo que le gustaban los traidores mientras lo eran; pero después de serlo los aborrecía; o César, a quien se atribuye haber expresado, con ocasión del tracio Rumetacles, que le gustaba la traición, pero aborrecía al traidor; sino que ésta es una aversión general hacia los malos de todos los que tienen que valerse de ellos, como sucede cuando se necesita la ponzoña o la hiel de algunas fieras; porque gustando del beneficio cuando se recibe, se aborrece la maldad después de disfrutado. Esto mismo sucedió entonces a Tacio con Tarpeya, porque mandó a todos los Sabinos que tuviesen en memoria lo convenido con aquella, y ninguno la defraudase de lo que llevaran en la mano izquierda, y él fue el primero que al tiempo de quitarse el brazalete dejó también caer el escudo; y haciendo lo mismo todos, cargada de oro y abrumada de escudos, el peso y el amontonamiento la acabaron. También alcanzó la pena de la traición a Tarpeyo, que fue perseguido por Rómulo, diciendo Juba que así lo escribió Galba Sulpicio. Otras cosas se refieren de Tarpeya; pero los que no merecen crédito son los que cuentan, de cuyo número es Antígono, que era hija de Tacio, y siendo retenida violentamente por Rómulo, ejecutó en favor del padre y padeció por su disposición lo que se ha dicho. Mas el que enteramente delira es el poeta Símilo, pensando que fue a los Celtas, y no a los Sabinos, a quienes, enamorada de su Rey, entregó Tarpeya el Capitolio. Dice, pues, así: Ocupaba Tarpeya el alto Alcázar Capitolino en Roma mal segura; y encendida del Celta en amor vano, fue guarda infiel de los paternos lares; y al cabo de poco, acerca de su muerte: No los Boyos o mil otras naciones de Celtas en el Po la sumergieron; mas oprimida de marciales armas, éstas fueron su digna sepultura.