Los primeros combates alternaron entre victorias y descalabros, sin que condujesen a un término seguro; mientras los cónsules Flaminio y Furio hacían la guerra con poderosos ejércitos a los Insubres, se vio que el río que atraviesa la campiña Picena corría teñido en sangre, y se dijo asimismo que hacia Arímino habían aparecido tres lunas. Además, los sacerdotes, que tienen a su cargo observar las aves, anunciaron que los agüeros de éstas al tiempo de los comicios consulares habían sido contrarios a los cónsules: por todo lo cual al punto se enviaron cartas al ejército citando y llamando a éstos para que, restituidos a Roma, abdicaran cuanto antes y nada se apresuraran a hacer como cónsules contra los enemigos. Recibió las cartas Flaminio, y no quiso abrirlas sin haber antes entrado en acción con los bárbaros, a los que puso en fuga y les corrió la tierra. Regresó luego a Roma con muchos despojos, pero el pueblo no salió a recibirle; y por no haber cumplido así que fue llamado ni haberse mostrado obediente a las cartas, estuvo en muy poco que no perdiese la votación del triunfo; por tanto, no bien acabada la solemnidad de éste, le redujo a la clase de particular, precisándole, a renunciar al consulado juntamente con su colega: ¡tanta era la piedad de los romanos en referirlo todo a los Dioses! Así- es que aun presentando en cambio los más prósperos acontecimientos, no aprobaban el desdén de los agüeros recibidos, creyendo que para la salud de la patria conducía más el que los magistrados reverencias en las cosas de la religión que el que vencieran a los enemigos.