Por este término, hallándose cónsul Tiberio Sempronio, varón que por su valor y probidad era de los Romanos tenido en el mayor aprecio, declaró por sus sucesores a Escipión Nasica y Gayo Marcio; y cuando ya estaban éstos en sus respectivas provincias, registrando los apuntes sobre ritos religiosos, halló por casualidad que se le había pasado una de las prevenciones trasmitidas por los mayores, que era ésta: cuando el general para tomar los agüeros fuera de la población ocupaba casa o tienda arrendada, y después por algún motivo tenía que volver a la ciudad sin haber obtenido señales ciertas, era preciso que dejara aquella mansión arrendada y tomara otra para empezar en ella la ceremonia desde el principio. Esto era justamente lo que Tiberio había ignorado, y tomó dos veces los agüeros en un mismo punto para declarar cónsules a los que dejamos dicho. Advirtió por fin su error, y lo hizo presente al Senado, el cual no miró con desprecio esta falta, aunque pequeña, sino que escribió a los cónsules, y éstos, dejando las provincias, se apresuraron a volver a Roma e hicieron dimisión de su dignidad: aunque esto sucedió más adelante. Mas por aquellos mismos tiempos, a dos sacerdotes de los más distinguidos se les privó del sacerdocio: a Cornelio Cetego, por no haber distribuido por el orden prescrito las entrañas de las víctimas, y a Quinto Suplicio, porque en el acto de estar sacrificando se le cayó de la cabeza el bonete que llevan los llamados Flámines. También estando el dictador Minucio nombrando por maestre de la caballería a Gayo Flaminio, porque en el acto se oyó el rechinamiento de un ratón, retiraron sus votos a entrambos y nombraron otros. Mas aunque tanta exactitud ponían en estas cosas que parecen pequeñas, no por eso tenía parte superstición ninguna en no alterar ni omitir nada de las prácticas heredadas.