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Acercáronse, pues, pensando no ser vistos, pero al punto dieron otra vez con los dardos, y eran heridos con piedras que les caían sobre la cabeza perpendicularmente; y como del muro también tirasen por todas partes contra ellos, hubieron de retroceder; y aun cuando estaban a distancia, llovían los dardos y los alcanzaban en la retirada, causándoles gran pérdida y un continuo choque de las naves unas con otras, sin que en nada pudiesen ofender a los enemigos, porque Arquímedes había puesto la mayor parte de sus máquinas al abrigo de la muralla. Parecía, por tanto, que los Romanos repetían la guerra a los Dioses, según repentinamente habían venido sobre ellos millares de plagas.

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