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Marcelo pudo retirarse, y, motejando a sus técnicos y fabricantes de máquinas: “¿No cesaremos- les decíade guerrear contra ese geómetra Briareo, que usando nuestras naves como copas las ha arrojado al mar y todavía se aventaja a los fabulosos centimanos, lanzando contra nosotros tal copia de dardos?” Y en realidad todos los Siracusanos venían a ser como el cuerpo de las máquinas de Arquímedes, y una sola alma la que todo lo agitaba y ponía en movimiento, no empleándose para nada las demás armas, y haciendo la ciudad uso de solos aquellos para ofender y defenderse. Finalmente, echando de ver Marcelo que los Romanos habían cobrado tal horror, que, lo mismo era ponerse mano sobre la muralla en una cuerda o en un madero, empezaban a gritar que Arquímedes ponía en juego una máquina contra ellos, y volvían en fuga la espalda, tuvo que cesar en toda invasión y ataque, remitiendo a sólo el tiempo el término feliz del asedio. En cuanto a Arquímedes, fue tanto su juicio, tan grande su ingenio y tal su riqueza en teoremas, que sobre aquellos objetos que le habían dado el nombre y gloria de una inteligencia sobrehumana no permitió dejar nada escrito; y es que tenía por innoble y ministerial toda ocupación en la mecánica y todo arte aplicado a nuestros usos, y ponía únicamente su deseo de sobresalir en aquellas cosas que llevan consigo lo bello y excelente, sin mezcla de nada servil, diversas y separadas de las demás, pero que hacen que se entable contienda entre la demostración y la materia; de parte de la una, por lo grande y lo bello, y de parte de la otra, por la exactitud y por el maravilloso poder; pues en toda la geometría no se encontrarán cuestiones más difíciles y enredosas, explicadas con elementos más sencillos ni más comprensibles; lo cual unos creen que debe atribuirse a la sublimidad de su ingenio, y otros, a un excesivo trabajo, siendo así que cada cosa parece después de hecha que no debió costar trabajo ni dificultad. Porque si se tratara de inventarlas, no sería dado a cualquiera acertar por sí solo con la demostración, y en aprendiéndolas, al punto nace en cada uno la opinión de que las habría hallado: ¡tanto es lo que facilitan y abrevian el camino para la demostración! Así, no hay cómo no dar crédito a lo que se refiere de que, halagado y entretenido de continuo por una sirena doméstica y familiar, se olvidaba del alimento y no cuidaba de su persona; y que llevado por fuerza a ungirse y bañarse, formaba figuras geométricas en el mismo hogar, y después de ungido tiraba líneas con el dedo, estando verdaderamente fuera de sí, y como poseído de las musas, por el sumo placer que en estas ocupaciones hallaba. Habiendo, pues, sido autor de muchos y muy excelentes inventos, dícese haber encargado a sus amigos y parientes que después de su muerte colocasen sobre su sepulcro un cilindro con una esfera circunscrita en él, poniendo por inscripción la razón del exceso entre el sólido continente y el contenido.

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