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Disponíanse como de refresco para volver a la contienda, cuando les contuvo un espectáculo muy tierno y un encuentro que no puede describirse con palabras. De repente, las hijas de los Sabinos que habían sido robadas se vieron sobrevenir unas por una parte y otras por otra con algazara y vocería por entre las armas y los muertos, como movidas de divino impulso, hacia sus maridos y sus padres, unas llevando en su regazo a sus hijos pequeñitos, otras esparciendo al viento su cabello desgreñado, y todas llamando con los nombres más tiernos, ora a los Sabinos, ora a los Romanos. Pasmáronse unos y otros, y dejándolas llegar a ponerse en medio del campo, por todas partes discurría el llanto, y todo era aflicción, ya por el espectáculo, y ya por las razones, que empezando por la reconvención, terminaron en súplicas y ruegos. Porque decían: “¿En qué os hemos ofendido o qué disgustos os hemos dado para los duros males que ya hemos padecido y nos resta que padecer? Fuimos robadas violenta e injustamente por los que nos tienen en su poder, y después de esta desgracia, ningún caso se hizo de nosotras por el tiempo que fue necesario, para que obligadas de la necesidad a las cosas más odiosas tengamos ahora que temer y que llorar por los mismos que nos robaron e injuriaron, si combaten o si mueren. Porque no venís por unas doncellas a tomar satisfacción de los que las ofendieron, sino que priváis a unas casadas de sus maridos y a unas madres de sus hijos, haciendo más cruel para nosotras, desdichadas, este auxilio, que lo fue vuestro abandono y alevosía. Estas prendas de amor nos han dado aquellos, y así os habéis compadecido de nosotras. Aun cuando peleaseis por cualquiera otra causa, deberíais por nosotras conteneros, hechos ya suegros, abuelos y parientes; mas si por nosotras es la guerra, llevadnos con vuestros yernos y nuestros nietos; restituidnos nuestros padres y parientes: no nos privéis, os pedimos, de nuestros hijos y maridos, para no vernos otra vez reducidas a la suerte de cautivas”. Dicha por Hersilia estas y otras muchas razones, e interponiendo las demás sus ruegos, se hicieron treguas, y se juntaron a conferenciar los generales. Entre tanto, las mujeres presentaban, a sus padres, sus maridos y sus hijos; llevaban qué comer y qué beber a los que lo pedían; cuidaban de los heridos, llevándoselos a sus casas, y procuraban hacer ver que tenían el gobierno de ellas, y que eran de sus maridos atendidas y tratadas con la mayor estimación. Hízose un tratado, por el que las mujeres que quisiesen quedarían con los que las tenían consigo, no sujetas, como ya se ha dicho, a otro cuidado y ocupación que la del obraje de lana; que en unión habitarían la ciudad Romanos y Sabinos; que ésta de Rómulo se llamaría Roma; pero todos los Romanos se llamarían Quirites en memoria de la patria de Tacio, y que ambos reinarían también en unión y tendrían el mando de las tropas. El lugar donde se ajustó este tratado todavía se llama Comicion, porque los Romanos al juntarse le dicen comire.

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