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Duplicada la ciudad, se eligieron otros cien patricios de los Sabinos, y las legiones constaron de seis mil hombres de a pie y seiscientos de a caballo. Haciendo también tres divisiones del pueblo, los de la una de Rómulo se llamaron Rammenses; los de la otra de Tacio, Tacienses, y los de la tercera Lucenses, por la selva a que se acogieron muchos para gozar de asilo y ser admitidos a los derechos de ciudadanos; porque a la selva la llaman lucus. Que eran tres estas divisiones lo declara su nombre, porque aún ahora las llaman tribus, y Tribunos a los presidentes de ellas. Cada tribu tuvo diez curias, las que algunos dicen haber tomado nombre de aquellas mujeres; pero esto parece falso porque muchas conocidamente han tomado la denominación de ciertos territorios. Con todo, otras muchas concesiones se hicieron en honor de las mujeres, entre ellas las siguientes: cederles la acera cuando van por la calle; no poder nadie proferir nada indecente en presencia de una mujer; no deber dejarse ver de ella desnudo; no ser obligadas a litigar ante los jueces de causas capitales; que sus hijos lleven el adorno que por su forma, que imita las burbujitas, se llama bula, y como un pañuelo de púrpura rodeado al cuello. Tenían los reyes su consejo, no en unión, sino primero cada uno de por sí con sus cien patricios, y después se congregaban todos juntos. Tacio habitaba donde está ahora el templo de Moneta, y Rómulo junto a las gradas llamadas de Rivahermosa, que están en la bajada desde el Palatino al Circo máximo. Allí mismo dicen que estuvo el Cornejo sagrado, del que cuentan esta fábula: ejercitándose Rómulo, arrojó desde el Aventino su lanza, que tenía de cornejo el asta: clavóse la punta profundamente, y no hubo nadie que la pudiese sacar, aunque se probaron muchos; y el asta, prendida en una tierra fecunda, echó ramos, y creció en un muy robusto tronco de cornejo. Después de Rómulo lo conservaron y tuvieron en veneración como cosa muy santa, y le hicieron un vallado. Cuando a alguno, al pasar por junto a él, le parecía que no estaba frondoso y de buena vista, sino que decaía y se marchitaba, al punto clamaba a gritos a los que se le presentaban, y éstos, como se da socorro en un incendio, pedían a voces agua, y de todas partes acudían corriendo, llevando al sitio cántaros llenos de ella. Mas reparando las gradas Gayo César, según dicen, y haciendo los operarios excavaciones allí cerca, destrozaron enteramente sin advertirlo las raíces, y el árbol se secó.

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