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Entre todas sus virtudes, la que más se dio a conocer al pueblo fue la justicia, porque su utilidad es más continua y comprende a todos: así, un hombre pobre y plebeyo alcanzó el más excelente y divino renombre, llamándole todos el justo; renombre a que no aspiró nunca ninguno de los reyes ni de los tiranos, queriendo más algunos de ellos apellidarse sitiadores, fulminadores, vencedores y aun algunos águilas y gavilanes: prefiriendo, a lo que parece, la gloria que dan la fuerza y el poder a la que proviene de la virtud. Y si lo admirable y divino, en cuya posesión y goce tanto manifiestan complacerse, se distingue principalmente por estas tres calidades, indestructibilidad, poder y virtud, de ellas ésta es la más respetable y divina; porque lo indestructible conviene también al vacío y a los elementos, y poder lo tienen grande los terremotos, los rayos, los remolinos de viento y las inundaciones de los torrentes; de lo justo y del derecho nada hay, en cambio, que participe sino siguiendo los dictámenes de la razón y de la prudencia. Por tanto, siendo asimismo tres los afectos que en los más de los hombres excita lo divino, a saber: deseo, miedo y respeto, aspiran, como que en ello consiste su felicidad, por lo indestructible y eterno; temen y se sobresaltan con la dominación y el poder; pero aman, acatan y veneran a la justicia. Y con ser esto así, ansían por la inmortalidad, que nuestra caduca naturaleza no admite, y por el poder, que en la mayor parte depende de la fortuna; poniendo en el último lugar a la virtud, de todos estos bienes que reputamos divinos el único que está en nuestro albedrío; en lo que van muy engañados, no reflexionando que a la vida pasada en el poder y la fortuna la justicia la hace digna de los dioses, y la injusticia, propia de las fieras.

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