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Al cabo de tres años, cuando Jerjes por la Tesalia y la Beocia se encaminaba contra el Ática, abolieron la ley, y permitieron a todos los desterrados la vuelta; por temor, principalmente, de que Aristides, uniéndose con los enemigos, sedujese y atrajese a muchos de los ciudadanos al partido del bárbaro; en lo que manifestaron no conocer bien a este insigne varón, que antes de aquella providencia estaba ya trabajando en acalorar a los Griegos para defender su libertad, y después de ella, siendo Temístocles el que tenía el mando absoluto, nada dejó por hacer, de obra o de consejo, para que con la salvación de todos alcanzara su enemigo la mayor gloria. Porque teniendo Euribíades resuelto abandonar a Salamina, como las galeras de los bárbaros, dando por la noche la vela y, navegando en círculo, hubiesen tomado el paso y las islas, sin que nadie tuviese conocimiento de este bloqueo, Aristides vino apresuradamente de Egina, pasando por entre las naves enemigas, presentóse asimismo por la noche en la cámara de Temístocles, le llamó afuera a él solo, y le habló de esta manera: “Nosotros ¡oh Temístocles!, si es que tenemos juicio, nos olvidaremos de nuestra vana y juvenil discordia y entablaremos otra contienda más saludable y digna de loor, disputando entre los dos sobre salvar a la Grecia: tú, como caudillo y general, y yo, como soldado y consejero: puesto que sé que tú solo has tomado la mejor resolución, ordenando que se trabe combate cuanto antes en este estrecho; y cuando nuestros aliados te se oponían, parece que los enemigos se han puesto de tu parte. Porque el mar al frente y todo alrededor está ya ocupado por naves enemigas, de manera que aun los que rehusaban se ven en la necesidad de mostrar valor y entrar en combate, por haberse cortado todo camino a la retirada.” Respondióle a esto Temístocles: “No permitiré ¡oh Aristides! que en esta ocasión me excedas en virtud, sino que, contendiendo con tu glorioso propósito, procuraré aventajarme en las obras”; y dicho esto, le descubrió el engaño y estratagema de que se había valido con el bárbaro, exhortándolo a que persuadiera a Euribíades y le hiciera ver que no había arbitrio para salvarse sin combatir, porque a él le creería mejor. Así es que en la conferencia de los generales, diciendo Cleócrito de Corinto a Temístocles que ni Aristides aprobaba su dictamen, pues que hallándose presente callaba, replicó Aristides: “No callaría yo de ninguna manera si Temístocles no propusiese lo mejor; mas ahora guardo silencio, no porque le tenga consideración, sino porque soy de su parecer.”

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