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Cobró Jerjes miedo con esta noticia, y así, a toda priesa se encaminó al Helesponto. Quedó en Grecia Mardonio, que tenía consigo lo más aguerrido del ejército, en número unos trescientos mil hombres, fuerza con que se hacía temible, poniendo principalmente su esperanza en la infantería, y con la que amenazaba a los Griegos, a quienes escribió en estos términos: “Vencisteis con marítimos leños a unos hombres de tierra adentro, poco diestros en manejar el remo; pero ahora la tierra de los Tésalos es llana y los campos de los Beocios muy a propósito para combatir con caballería e infantería.” A los Atenienses les escribió aparte a nombre del rey, prometiéndoles que levantaría de nuevo su ciudad, los colmaría de bienes y les daría el dominio sobre los demás Griegos, con tal que se apartasen de la guerra. Entendiéronlo los Lacedemonios, y concibiendo temor enviaron a Atenas mensajeros con la propuesta de que mandaran a Esparta sus mujeres y sus hijos, y que para sus ancianos tomasen de los mismos Lacedemonios el sustento necesario: pero era extrema la miseria de los Atenienses, habiendo perdido sus campiñas y su ciudad. Oídos los mensajeros, les dieron, siendo Aristides quien propuso el decreto, una admirable respuesta; diciéndoles que a los enemigos les perdonaban el que creyesen que todo se compraba con el dinero y las riquezas, pues que no conocían cosas de más precio, pero no podían llevar con paciencia que los Lacedemonios sólo pusiesen la vista en la pobreza y miseria que afligía a los Atenienses, olvidándose de la virtud y del honor, para proponerles que por el precio del alimento combatieran en defensa de la Grecia. Así lo escribió Aristides; y convocando a unos y a otros embajadores a la junta pública, a los de los Lacedemonios les encargó dijesen además que no había bastante oro, ni sobre la tierra ni debajo de ella, que igualara en valor, para los Atenienses, a la libertad de los Griegos; y vuelto a los de Mardonio, señalando al Sol: “Mientras este astro- les dijo- ande su carrera, harán los Atenienses la guerra a los Persas, por sus campos asolados y por sus templos profanados y entregados a las llamas.” Propuso también que los sacerdotes hicieran imprecaciones contra el que mandara embajadas a los Medos o se apartara de la alianza de los Griegos. En esto invadió Mardonio segunda vez el Ática, por lo que ellos se retiraron como antes con sus naves a Salamina; pero pasando Aristides con legación a Lacedemonia, les echó en cara su tardanza y su indiferencia, con la que de nuevo abandonaban a Atenas a la ira del bárbaro; mas les rogó que los auxiliasen en favor de lo que aun quedaba salvo en la Grecia. Oído que fue esto por los Éforos, de día afectaron entretenerse y divertirse, como es propio de las fiestas, porque celebraban la de Jacinto; pero por la noche juntaron un ejército de cinco mil Espartanos, cada uno de los cuales llevaba consigo siete hilotas, y lo hicieron marchar, sin que de ello se enterasen los Atenienses. Volvió Aristides a reconvenirlos al día siguiente; y como ellos con risa le contestasen que debía de estar lelo o dormido, pues ya el ejército estaría en el templo de Orestes marchando contra los forasteros, nombre que daban a los Persas: “No es tiempo éste de chanzas- les repuso Aristides-, queriendo vosotros más bien engañar a los amigos que a los enemigos.” Así lo escribió Idomeneo; pero en el proyecto de decreto de Aristides no está escrito por embajador él mismo, sino Cimón, Jantipo y Mirónides.

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