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Disgustado Pausanias de aquel estado, viendo que el agorero continuamente reprobaba las víctimas, volvióse hacia el templo de Hera; cayéndosele las lágrimas y levantando las manos, pedía a Hera Citeronia y a los demás Dioses que presidían a aquella comarca que, si no estaba destinada a los Griegos la victoria, se les diera a lo menos el sufrir haciendo algo, y mostrando con obras a los enemigos que contendían con hombres de valor y adiestrados en la guerra. Hecha esta invocación por Pausanias, en el mismo momento se mostró fausto el sacrificio, y los agoreros anunciaron la victoria. Dióse a todos la señal de rechazar a los enemigos, y de repente todo el ejército tomó el aspecto de una fiera que estremeciéndose se prepara a hacer uso de su fuerza. Convenciéronse entonces los bárbaros de que las habían con unos hombres que pelearían hasta la muerte, por lo que, embrazando las adargas, empezaron a lanzar dardos contra los Lacedemonios; éstos, manteniendo unidos sus escudos, acometieron también, y llegando cerca retiraban las adargas, e, hiriendo con las lanzas a los Persas en el rostro y en el pecho, dieron muerte a muchos de ellos que no se es- tuvieron quedos o se mostraron cobardes; pues también ellos, agarrando las lanzas con las manos desnudas, les rompieron muchas; y recurriendo a las armas cortas, no sin diligencia, hicieron uso de las hachetas y de los puñales, y, uniendo y entrelazando asimismo sus adargas, resistieron largo tiempo. Habíanse estado hasta entonces inmobles los Atenienses, aguardando a ver qué determinarían los Lacedemonios; mas advertidos por el ruido de los que combatían, y llegándoles también aviso de parte de Pausanias, se apresuraron a ir en su socorro; llevados de la vocería avanzaban por la llanura, cuando vinieron contra ellos los Griegos del partido enemigo. Aristides, no bien los hubo visto, cuando, adelantándose gran trecho, les empezó a gritar, invocando los Dioses de la Grecia, que se retiraran del combate y no impidieran ni retardaran a los que peleaban por la defensa de su propia tierra; mas cuando vio que no le atendían y que se disponían a la batalla, hubo de desistir del comenzado auxilio y entrar en lid con éstos, que eran cincuenta mil en número; pero la mayor parte cedió luego, y se retiró, por haberse también retirado los bárbaros. Dícese que lo más encarnizado del combate fue contra los Tebanos, que eran los primeros y de mayor poder de los que entonces hicieron causa común con los Medos: aunque la muchedumbre no había abrazado aquel partido por su voluntad, sino arrastrado por unos pocos.

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