Estaba a corta distancia de sus posesiones la casa de campo en que residía Marcio Curio, el que había triunfado tres veces. Iba frecuentemente a ella, y viendo lo reducido del terreno y la sencillez de toda su casa, no pudo menos de meditar sobre la conducta de un varón tan singular, que, con ser el más excelente entre los Romanos, con haber sojuzgado los pueblos más belicosos y haber arrojado a Pirro de Italia, él mismo labraba aquel campo y vivía en aquella casita después de tres triunfos. Allí mismo le hallaron sentado al fuego, cociendo unos rábanos, los embajadores de los Samnites, y le ofrecieron cantidad de oro; mas él los despidió, diciendo que estaba de sobra el oro para quien se contentaba con aquella comida, y que para él era más apreciable que tener oro el vencer a los que lo tenían. Catón, al retirarse de allí, reflexionaba sobre estas cosas, y volviendo la consideración a su propia casa, sus campos, sus esclavos y su gasto, se aplicó más al trabajo y cercenó superfluidades. Tomó Fabio Máximo la ciudad de los Tarentinos, y en aquella empresa se halló Catón, militando bajo sus órdenes, cuando todavía era muy joven. Cúpole por huésped un pitagórico llamado Nearco y procuró instruirse en sus dogmas; y como escuchase de su boca las mismas máximas de que también hacía uso Platón, llamando al deleite el mayor cebo para el mal, al cuerpo el primer tormento del alma, y remedio y purificación a aquellas reflexiones en virtud de las cuales el alma se separa y aparta cuanto le es posible de los afectos del cuerpo, todavía se apasionó más de la sencillez y de la templanza. Por lo demás, se dice haber aprendido tarde las letras griegas, y que habiendo tomado en las manos los libros griegos cuando ya estaba muy entrado en edad, Tucídides le fue de alguna utilidad para la elocuencia, para la que sobre todo le aprovechó Demóstenes. Sus escritos los exornó oportunamente con máximas e historias griegas, y en sus apotegmas y sus sentencias se encuentran muchas cosas traducidas del griego a la letra.