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Vivía a la sazón un hombre de entre los más linajudos en Roma y muy poderoso, gran conocedor de la virtud nativa, y muy dispuesto a alimentarla y a inflamarla a la gloria, llamado Valerio Flaco. Tenía campos linderos a los de Catón; y enterado de la actividad y orden doméstico de éste por medio de sus esclavos, los cuales le referían que de madrugada iba a la plaza, se surtía de lo que había menester, y vuelto al campo, si era invierno, poniéndose una especie de anguarina, y horro de ropa, si era verano, trabajaba con sus esclavos, sentándose a comer con ellos del mismo pan, y bebiendo del mismo vino; admirado en gran manera así de esto como de oírles hablar de su moderación, de su modestia y de algunos dichos sentenciosos suyos, dio orden para que le convidaran a cenar a su casa. Desde entonces le trató familiarmente; y observando que era de carácter suave y urbano, que a manera de planta sólo pedía otro cultivo y otro aire más libre y abierto, lo inclinó y persuadió a que, trasladándose a Roma, tomara parte en el gobierno. Trasladado a aquella capital, en breve con la defensa de las causas se adquirió admiradores y amigos; y como Valerio le proporcionase además grande opinión y poder, alcanzó que primero le nombrasen tribuno, y después, cuestor. Logró ya entonces ser más señalado y conocido, y aspiró con el mismo Valerio a las primeras magistraturas, habiendo sido con éste cónsul, y después, censor. Procuró también arrimarse a Fabio Máximo por su grande fama y su grande autoridad; pero más principalmente porque se proponía la conducta y método de vida de éste como el mejor modelo y ejemplar; y aun por lo mismo no pudo menos de ponerse en oposición con Escipión el mayor, que, no obstante ser joven todavía, hacía contrarresto a Fabio, y como que se le mostraba envidioso. Hubo también otro motivo, y fue que yendo de cuestor con Escipión a la guerra de África, como advirtiese que éste usaba de su acostumbrada profusión y permitía que en el ejército se gastara sin medida, le habló francamente, diciéndole que lo de menos era el gasto, y el mal principalmente estaba en que estragase la antigua frugalidad del soldado, acostumbrándole para en adelante al regalo y a los deleites; y como Escipión le contestase que no necesitaba un cuestor tan severo, cuando ponía toda la atención en desempeñar cumplidamente su deber con respecto a la guerra, porque de lo que había de dar cuenta a la ciudad era de sus acciones y no del dinero, se retiró de Sicilia. Hablaba frecuentemente en el Senado con Fabio de la inmensa cantidad de dinero que gastaba Escipión, y desacreditaba en los circos y en los teatros su porte fastuoso, como si hubiera ido a celebrar fiestas y no a mandar un ejército; tanto, que obligó a que se enviaran cerca de éste tribunos de la plebe para que le hicieran venir a Roma, si estas acusaciones eran ciertas. Mas Escipión, habiendo hecho ver que la victoria estaba en los preparativos de la guerra, y convencido a los tribunos de que si usaba de humanidad y condescendencia, en los gastos esto en nada perjudicaba a la diligencia y a las demás grandes prendas militares, partió de Sicilia para la guerra.

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