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Sobrevino peste en aquel tiempo, tal que sin enfermedad causaba en muchos muerte repentina, agregándose a ella esterilidad n los frutos e infecundidad en los ganados; en la ciudad, además, cayó lluvia de sangre; y a estos males, que eran de necesidad, se allegó también una grandísima superstición. Sobre todo, cuando los habitantes de Laurento experimentaron lo mismo, ya enteramente pareció que era la ira divina la que afligía a ambas ciudades por el abandono de la justicia en la muerte de Tacio y en la de los embajadores. Entregados, recíprocamente y castigados los delincuentes, manifiestamente cesaron las plagas; y Rómulo reconcilió las dos ciudades con expiaciones, que se dice practicarse todavía junto a la Puerta Ferentina. Antes de que cediese la peste insultaron los Camerios a los Romanos, y talaron sus tierras, como que no estaban en situación de defenderse por aquella calamidad; pero Rómulo marchó al punto en su busca, y venciólos en batalla, en la que murieron seis mil de ellos, y, tomando la ciudad, a la mitad de los que pelearon los trasladó a Roma, y de Roma mandó a Cameria doblados de la otra mitad en las Calendas Sextiles. ¡Tanto había crecido el número de los ciudadanos en diez y seis años escasos que habitaba en Roma! Entre los demás despojos, trajo de Cameria un carro con cuatro caballos de bronce: consagróle en el templo de Vulcano, poniendo en él su estatua, coronada por la Victoria.

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