A los diez años después del consulado se presentó Catón a pedir la censura. Viene a ser esta dignidad el colmo de todos los honores y como el complemento del gobierno, teniendo además de otras facultades la del examen de la vida y costumbres; porque no hay acto alguno de importancia, ni el casamiento, ni la procreación de los hijos, ni el método ordinario de la vida, ni los banquetes, que se crea debe que- dar libre de examen y corrección para que cada uno se haya en ellos según su deseo o su capricho. Así es que teniendo por cierto que en estos hechos más que en los públicos y en los relativos al gobierno se da a conocer la índole y carácter de los hombres, para que hubiera quien observara, celara e impidiera el que nadie se abandonase a los deleites y alterase el modo de vivir recibido y acostumbrado, elegían uno de los llamados patricios y otro de los plebeyos. El nombre de éstos era el de censores, y tenían facultad para privar de la dignidad ecuestre y para excluir del Senado al que vivía relajada y disolutamente. Tocaba también a éstos tomar conocimiento e inspeccionar el valor de las haciendas, y discernir las familias y ocupaciones por medio de la descripción o censo, y aún tenía otras muchas facultades esta magistratura. Por esta causa, luego que Catón se presentó a pedirla le salieron al encuentro, oponiéndose casi todos los más principales y distinguidos de los senadores; los nobles, porque se consumían de envidia, creyendo que su clase se vilipendiaba con que hombres oscuros en su origen se elevaran por fuerza a la primera dignidad y poder, y, por otra parte, aquellos a quienes remordía la conciencia por su mala conducta y por el olvido de las costumbres patrias temían mucho la austeridad de aquel, por saber que sería inexorable y duro en el ejercicio de la autoridad; con este objeto, pues, preparados y convenidos entre sí, presentaron siete como contrarios y rivales de Catón en la petición, lisonjeando a la muchedumbre con halagüeñas esperanzas, en la creencia de que ésta querría ser mandada blandamente y a su placer. Mas Catón, por el contrario, no dio muestra de ninguna indulgencia, si- no que al revés, amenazando a los malos desde la tribuna y gritando que la ciudad necesitaba una gran limpia, pedía que, si querían acertar, de los médicos no escogieran al más blando, sino al más determinado, y que éste era él mismo, y de los patricios sólo Valerio Flaco, porque sólo con éste creía poder extirpar el regalo y la molicie, cortando y quemando como la cabeza de la hidra, cuando veía que cada uno de los otros precisamente había de mandar mal, puesto que tenían a los que mandarían bien. Y el pueblo romano era entonces tan grande y tan digno de grandes magistrados, que no temió la severidad y aspereza de Catón, sino que más bien, descartándose de aquellos hombres suaves y dispuestos a complacerle en todo, lo eligió con Valerio Flaco, como si hubiese oído, no a uno que pedía la dignidad, sino a quien ya la tenía y estaba mandando.