No lo hizo esto, como algunos han creído, porque estuviese mal individualmente con Carnéades, sino por ser opuesto en general a la filosofía, y por desdeñar con orgullo y soberbia toda instrucción y enseñanza griega; así es que aun de Sócrates se atreve a decir que aquel hombre hablador y violento intentó del modo que le era posible tiranizar a su patria, alterando las costumbres y llamando e impeliendo a los ciudadanos a opiniones contrarias a las leyes. Satirizando la ocupación y enseñanza de Isócrates, decía que los discípulos envejecían en su escuela para ir a usar de su arte y perorar causas en el infierno delante de Minos. Para indisponer al hijo con las cosas de los Griegos empleó una voz más entera que lo que su vejez permitía, y, como profe- tizando y vaticinando, dijo que los Romanos arruinarían la república cuando por todas partes se introdujesen las letras griegas; pero el tiempo acreditó de vana esta difamación, pues que luego creció la prosperidad de la república, y admitió benignamente las ciencias y toda especie de enseñanza griega. No se limitaba su displicencia a los Griegos dados a la filosofía, sino que también a los médicos los miraba con ceño, y habiendo oído un dicho, según parece, de Hipócrates, que, siendo llamado por el gran rey con la oferta de muchos talentos, había respondido que por nada en el mundo asistiría a los bárbaros enemigos de los Griegos, decía que éste era un juramento común de todos los médicos, y encargaba al hijo que se guardara de ellos, porque él tenía escrito para sí y para todos los que en su casa asistían a los enfermos este precepto: que nunca había de guardar ninguno dieta, y se los habían de dar a comer legumbres y carnes tiernas, de ánade, de pichón o liebre; por cuanto este alimento era ligero y provechoso a los delicados, con sólo el inconveniente de que en los que usaban de él producía vigilias, y que con esta medicina y este método gozaba de salud él mismo y mantenía sanos a todos los de su familia.