Catón hizo, es verdad, continuos elogios de la templanza; pero Aristides la conservó pura y sin mancilla, y aquel matrimonio de Catón, tan desigual en la calidad y en los años, no pudo menos de ceder en su descrédito, porque siendo ya tan anciano, y teniendo un hijo en la flor de la edad recién casado, pasar a segundas nupcias con una mocita, hija de un servidor y asalariado público, no fue cosa que pudiese parecer bien; pues, ora lo hiciese por deleite, ora por enojo para mortificar al hijo, a causa de lo sucedido con la amiga, siempre hay fealdad en el hecho y en el motivo. Y la respuesta que con ironía dio al hijo no era sencilla y verdadera, porque si quería tener hijos virtuosos que se le pareciesen, debía contraer un matrimonio decente, concertándolo con tiempo; y no que mientras estuvo oculto su trato con una mozuela soltera y pública se dio por contento, y cuando ya se echó de ver, hizo su suegro a un hombre a quien podía mandar y no con quien pudiera tener deudo honrosamente.