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Por lo que hace a mandos militares, los de Catón, aunque en cosas grandes, no decidieron de grandes intereses; pero con respecto a los de Aristides, las más brillantes y gloriosas hazañas de los Griegos son Maratón, Salamina y Platea; ni es razón se pongan en paralelo Antíoco con Jerjes, o los derribados muros de algunas ciudades de España con tantos millares de hombres deshechos por tierra y por mar; en los cuales sucesos, por lo que hace a trabajo y diligencia, nada le faltó a Aristides, si le faltaron la fama y las coronas, en las que, como en los bienes y en la riqueza, cedió fácilmente a los que la solicitaban con más ansia, por ser superior a todas estas cosas. No reprendo en Catón sus continuas jactancias y el que se diese por el primero de todos, sin embargo de que él mismo dice en uno de sus libros ser muy impropio que el hombre se alabe o se culpe a sí mismo; con todo, para la virtud me parece más perfecto que el que frecuentemente se alaba a sí mismo el que sabe pasarse sin la alabanza propia y sin la ajena. Porque el no ser ambicioso es un excelente preparativo para la afabilidad social, así como, por el contrario, la ambición es áspera y muy propia para engendrar envidia, de la que el uno estuvo absolutamente exento, y el otro participó demasiado de ella. Así, Aristides, cooperando con Temístocles en las cosas más importantes, y haciéndose en cierta manera su ayudante de campo, puso en pie a Atenas; y Catón, por sus rencillas con Escipión, estuvo en muy poco que no desgraciase la expedición de éste contra Cartagineses, que destruyó a Aníbal, hasta entonces invicto; y, por fin, excitando siempre sospechas y calumnias a éste, le apartó de los negocios de la república, y al hermano le atrajo una condenación infamante por el delito de peculado.

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