Advertido al cabo de algún tiempo el general de los Aqueos, Diófanes, de que los Lacedemonios intentaban novedades, pensaba en castigarlos, y ellos, disponiéndose a la guerra, traían revuelto el Peloponeso; mas en tanto, Filopemen trataba de reprimir y apaciguar el enojo de Diófanes, mostrándole que la ocasión en que cl rey Antíoco y los Romanos amenazaban a los Griegos con tan grandes fuerzas ponía al general en la necesidad de fijar allí su atención, no tocando los negocios de casa y haciendo como que no se veían ni se oían los errores de los propios. No le dio oídos Diófanes, sino que con Tito Flaminino entró por la Laconia, y como se encaminasen hacia la capital, irritado Filopemen se determinó a un arrojo, no muy seguro ni del todo conforme con las reglas de justicia, pero grande y propio de un ánimo elevado, cual fue el de pasar a Lacedemonia; y al general de los Aqueos y al cónsul de los Romanos, con no ser más que un particular, les dio con las puertas en los ojos; calmó los alborotos de la ciudad y volvió a incorporar a los Lacedemonios en la liga como estaban antes. Más adelante, siendo general Filopemen, tuvo motivos de disgusto con los Lacedemonios, y a los desterrados los restituyó a la ciudad, dando muerte a ochenta Espartanos, según dice Polibio; pero según Aristócrates, a trescientos cincuenta. Derribó las murallas; y haciendo suertes del territorio, lo repartió a los Megalopolitanos. A todos cuantos habían de los tiranos recibido el derecho de ciudad los trasplantó, llevándolos a la Acaya, a excepción de tres mil; a éstos, que se obstinaron en no querer salir de la Lacedemonia, los hizo vender, y después, para mayor mortificación, edificó con este dinero un pórtico en Megalópolis. Indignado hasta lo sumo con los Lacedemonios, y cebándose más en los que habían sido tratados tan indignamente, consumó por fin el hecho en política más duro y más injusto, que fue el de arrancar y destruir la institución de Licurgo, obligando a los niños y a los jóvenes a cambiar su educación patria por la delos Aqueos, por cuanto nunca abatirían su orgullo, manteniéndose en las leyes de aquel legislador. Y entonces, domados con tan grandes trabajos, puestos como cera en las manos de Filopemen, se hicieron dóciles y sumisos; pero más adelante, habiendo implorado el favor de los Romanos, salieron del gobierno de los Aqueos y recobraron y restablecieron el suyo propio en cuanto fue posible después de tales calamidades y trabajos.