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Había quien proponía a Tito que fuese a dar la vuelta por la Dasarétide, junto al Lico, tornando así un camino transitable y fácil; pero temió no fuera que internándose por lugares ásperos y de escasas cosechas, y acosándole Filipo sin presentarle batalla, le faltasen los víveres, y reducido otra vez a la inacción, como su predecesor, tuviera que retroceder hacia el mar, por lo que determinó marchar con todo su ejército por las alturas y abrirse paso a viva fuerza. Ocupaba Filipo las montañas con su infantería; llovían por todas partes sobre los Romanos dardos y flechas tirados oblicuamente, tenían heridos, se trababan reñidos combates y había muertos de unos y otros; pero de ninguna manera aparecía cuál sería el término de aquella guerra. En este estado se presentaron unos pastores de los de aquellos contornos, manifestando que había cierto rodeo ignorado de los enemigos, y ofreciendo que por él conducirían el ejército, y al tercer día le darían puesto sobre las eminencias, de lo que daban por fiador, haciéndose todo con su conocimiento, a Cárope el de Macatas, muy principal entre los Epirotas y apasionado de los Romanos, a los que, sin embargo, no auxiliaba sino con reserva, por miedo de Filipo. Creyólos Tito, y destacó a un tribuno con cuatro mil infantes y trescientos caballos, yendo de guía los pastores, a los que llevaban atados. Reposaban por el día, procurando ocultarse entre rocas y matorrales, y hacían su camino de noche, a la luz de la luna, que estaba en su lleno. Enviado que hubo Pito este destacamento, no emprendió nada en aquellos días, sino lo preciso para que no cesaran los enemigos en sus escaramuzas de lejos; pero en el que debían aparecer ya sobre las eminencias los de la marcha, al amanecer puso en movimiento sus tropas de todas armas, y, haciendo tres divisiones, por sí mismo dirigió su hueste por el camino recto hacia la garganta por donde discurre el río, acosado de los Macedonios, y teniendo que lidiar con cuanto se le oponía en aquellos malos pasos. Los otros procuraban combatir de uno y otro lado, trepando denodadamente por los desfiladeros, a tiempo que ya se dejó ver el sol y a lo lejos un humo no muy espeso, sino a manera de neblina de los montes, yéndose mostrando poco a poco; el cual no fue advertido de los enemigos porque les caía a la espalda, como lo estaban las eminencias ocupadas. Los Romanos, en tanto, estaban inciertos con aflicción y trabajo, aunque tenían la esperanza en lo que deseaban; mas cuando el humo tomó ya más cuerpo, oscureciendo el aire y difundiéndose por arriba, y entre él apareció que las lumbradas eran amigas, los unos acometieron vigorosamente con algazara, arrojando a los enemigos hacia los derrumbaderos, y los de la espalda correspondieron también con gritería desde las alturas.

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