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Por tanto, todos se entregaron a una precipitada fuga; mas no murieron sino como dos mil o menos, porque los malos pasos impidieron que se les persiguiese. Tomaron los Romanos mucha riqueza, tiendas y esclavos, y, haciéndose dueños de todas las gargantas, discurrían por el Epiro con tanto sosiego y continencia, que con tener a mucha distancia las embarcaciones y el mar, y no distribuírseles las raciones mensuales por faltar los acopios, no tuvieron inconveniente en abstenerse de saquear un país que les ofrecía grandes recursos. Porque habida noticia de que Filipo atravesaba la Tesalia a manera de fugitivo, en términos de hacer a los hombres retirarse a las montañas, de incendiar las ciudades y de entregar al saqueo y al pillaje lo que no podía llevarse, como si hiciera ya cesión del país a los Romanos, Tito tomó a punto de honra el encargar a los soldados que marcharan por él con el mismo cuidado que si fuera terreno propio, del cual se les abandonaba la posesión. Y bien pronto pudieron conocer cuán útil les había sido este modo de portarse, por- que las ciudades se pasaban a su partido apenas tocaron en la Tesalia, y los Griegos que están dentro de las Termópilas suspiraban por Tito, y le deseaban con vehemencia. Los Aqueos, separándose de la alianza de Filipo, determinaron hacerle la guerra con los Romanos; y los Opuncios, no obstante que siendo los Etolos decididos auxiliares de los Romanos deseaban tomar y conservar su ciudad, no les dieron oídos, sino que llamando ellos mismos a Tito se pusieron en su mano y se le entregaron a discreción Refiérese de Pirro que la primera vez que desde una atalaya pudo ver un ejército romano puesto en orden, exclamó que no le parecía bárbara la formación de aquellos bárbaros; pues los que tuvieron ocasión de conocer a Tito casi hubieron de prorrumpir en las mismas palabras: porque como los Macedonios les hubiesen informado de que se encaminaba a su país el general de un ejército bárbaro que todo lo trastornaba y esclavizaba con las armas, cuando después se hallaban con un hombre joven, afable en su semblante, griego en la voz y en el idioma y ambicioso del verdadero honor, es increíble cómo se tranquilizaban, y la benevolencia y amor que le conciliaban por las ciudades, que no tenían entonces un general interesado en su libertad. Pero luego que por haberse mostrado Filipo dispuesto a negociar pasó a tratar con él, ofreciéndole paz y amistad con la condición de dejar independientes a los Griegos y retirar las guarniciones, y éste no quiso convenir en ello, conocieron ya todos, aun los que más obsequiaban a Filipo, que los Romanos no venían a hacer la guerra a los Griegos sino por amor de los Griegos a los Macedonios.

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