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Cuando Antíoco, pasando a la Grecia con grande armada y numeroso ejército, inquietó y trajo a su partido diferentes ciudades, tuvo en su auxilio a los Etolos, que hacía tiempo se mostraban contrarios y enemigos del pueblo romano; y éstos le sugirieron para la guerra el pretexto de que venía a dar libertad a los Griegos, que ninguna necesidad tenían para esto de su poder, pues que eran libres; sino que a falta de una causa decente, los enseñaron a valerse del más recomendable de todos los nombres. Temieron en gran manera los Romanos esta sublevación y la opinión del poder de Antíoco, y aunque enviaron por general de esta guerra a Manio Acilio, nombraron a Tito su legado militar, en consideración a las relaciones que tenía con los Griegos, así es que a muchos con su sola presencia al punto los aseguró en su fidelidad; y a otros que ya empezaban a flaquear, usando en tiempo con ellos, como de una medicina, de su benevolencia y afabilidad, los contuvo y les impidió que del todo errasen. Muy pocos fueron los que le faltaron a causa de estar de antemano preocupados y seducidos por los Etolos, y aunque justamente enojado e irritado contra éstos, con todo, después de la batalla los protegió. Porque vencido Antíoco en las Termópilas, al punto huyó y se retiró con su armada al Asia; entonces el cónsul Manio, yendo contra los Etolos, a unos les puso sitio, y en cuanto a otros, dio al rey Filipo la comisión de que los redujese. Habiendo maltratado y vejado el Macedonio de una parte a los Dólopes y Magnetes, y de otra a los Atamanes y Aperantes, y el mismo cónsul talado a Heraclea, y puesto cerco a Naupacto, que estaba por los Etolos, movido Tito a compasión de los Griegos, partió desde el Peloponeso en busca del cónsul. Hízole cargo ante todas cosas de que, habiendo sido él el vencedor, dejaba que Filipo cogiese el premio de la guerra, y de que malgastando el tiempo por encono ante una sola ciudad, subyugasen en tanto los Macedonios reinos y naciones enteras. Después, como los sitiados llegasen a verle, empezaron a llamarle desde la muralla, tendiendo a él las manos y suplicándole; y por lo pronto nada dijo, sino que volvió el rostro y se retiró llorando; mas luego trató con Manio, y aplacando su enojo, obtuvo que se concedieran treguas a los Etolos y el tiempo necesario para que, enviando embajadores a Roma, pudieran alcanzar condiciones más tolerables.

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