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Los ruegos y súplicas en que más tuvo que contender y trabajar con Manio fueron los de los Calcidenses, que le tenían muy irritado con motivo del matrimonio que entre ellos contrajo Antíoco, movida ya la guerra: matrimonio desigual y fuera de tiempo por haberse enamorado un viejo de una mocita, la cual era hija de Cleoptólemo, y se tenía por la más hermosa de las doncellas de aquella era. Este hizo que los Calcidenses abrazasen con ardor el partido del rey, y que para la guerra fuese aquella ciudad su principal apoyo, y también cuando después de la batalla se abandonó a una precipitada fuga, en Calcis fue donde tocó, y tomando la mujer, el caudal y los amigos se embarcó para el Asia Tito, cuando Manio marchó irritado contra los Calcidenses, se fue en pos de él, y lo ablandó y dulcificó, y, por último, le persuadió y sosegó completamente a fuerza de súplicas con él mismo y con los demás jefes de los Romanos. Por lo tanto, salvos los Calcidenses por su intercesión, consagraron a Tito los más bellos y grandiosos monumentos que pudieron, de los cuales todavía se leen hoy las inscripciones siguientes: “El pueblo a Tito y a Heracles este Gimnasio”; y en otra parte, en la misma forma: “El pueblo a Tito y a Apolo el Delfinio.” También en esta edad se elige y consagra un sacerdote de Tito; a quien ofrecen sacrificio, y hechas las libaciones cantan un pean o himno de victoria en verso; del cual, dejando lo demás por ser demasiado difuso, transcribimos lo que cantan al fin del himno: Objeto es de este culto la fe de los Romanos, aquella fe sincera que guardarles juramos. Cantad, festivas ninfas, a Zeus el soberano, y en pos de Roma y Tito la fe de los Romanos. ¡Io peán, oh Tito, oh Tito nuestro amparo!

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