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Fue éste al cabo de poco nombrado censor, y haciendo el recuento del Senado removió de él a Lucio, sin embargo de ser de los consulares, en la cual afrenta se tuvo el hermano por comprendido. Por tanto, presentándose ambos al pueblo, abatidos y llorosos, pareció a los ciudadanos que pretendían una cosa justa en pedir que Catón diera la causa que había tenido para haber constituido en semejante afrenta a una casa ilustre. No se detuvo Catón, sino que compareció al momento con su colega, y preguntó a Tito si tenía noticia de lo del banquete. Como éste lo negase, hizo Catón la explicación, y provocó a Lucio a que jurase si podía decir que no era verdad algo de lo que había expuesto. Redújose entonces al silencio, y el pueblo se convenció de haber sido justa la nota que se le impuso, y acompañó a Catón con grandes demostraciones desde la tribuna. Pero Tito, llevando siempre en su ánimo el infortunio del hermano, se reunió con todos los que de antiguo eran enemigos de Catón, y como tuviese el mayor ascendiente sobre el Senado, revocó y anuló todos los arriendos, asientos y ventas que éste había hecho de los ramos de rentas públicas; y le suscitó una infinidad de causas graves, no sé si conduciéndose honesta y políticamente en mostrar por una persona propia, pero indigna, y que justamente había sido castigada, tan irreconciliable enemistad contra un varón justo y un excelente ciudadano. Mas en este tiempo tuvo el pueblo romano un espectáculo en el teatro, para el que el Senado se colocó en lugar distinguido según costumbre; y como se viese a Lucio sentado en los últimos asientos, humilde y abatido, movió a compasión, tanto, que no pudiendo sufrir la muchedumbre verle en tal estado, empezó a gritar diciéndole que pasase al otro sitio, hasta que así lo ejecutó, haciéndole lugar los consulares.

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