Estúvole muy bien a Tito aquel carácter ambicioso y activo, mientras tuvo competente materia para ejercitarlo, ocupado en las guerras que hemos referido; porque aun después del consulado volvió a ser tribuno legionario sin que nadie le precisase. Mas retirado del mando, siendo ya bastante anciano, en la vida exenta de negocios dio harto que notar con su inquieta ansia de gloria, en la que no podía contenerse, y llevado de cuyo ímpetu parece haber ejecutado lo relativo a Aníbal, con que incurrió en el odio de muchos. Aníbal, huyendo de Cartago, su patria, se había unido con Antíoco; pero cuando éste, después de la batalla de Frigia, se halló muy contento con haber hecho la paz, tuvo Aníbal que huir de nuevo, andando errante por diferentes países, hasta que por fin se fijó en Bitinia, haciendo la corte a Prusias, sin que ninguno de los Romanos lo ignorase, y antes disimulando todos por su falta de poder y su vejez, mirándole como arrinconado de la fortuna. Enviado Tito de embajador a Prusias de parte del Senado para otros negocios, viendo allí detenido a Aníbal, se incomodó de que todavía viviese, y por más que Prusias le rogó y pidió por un hombre miserable que era su amigo, nada pudo alcanzar. Había un oráculo antiguo, según parece, acerca de la muerte de Aníbal, concebido en estos términos: De Aníbal los despojos serán cubiertos de libisa tierra: pensaba, pues, Aníbal en el África, y en que allí sería su sepulcro, porque allí acabaría sus días; pero hay en Bitinia un sitio elevado a la orilla del mar, y junto a él una aldea no muy grande que se llama Libisa. Hacía la casualidad que allí era donde residía Aníbal, pero como desconfiase siempre de Prusias por su debilidad, y temiese a los Romanos, había abierto desde su casa siete salidas subterráneas, en tal disposición, que partiendo de su cuarto la mina hasta un cierto punto, luego las salidas iban de allí muy lejos sin que se supiese adónde. Habiendo entendido, pues, la solicitud de Tito, se propuso huir por las minas; pero tropezando con los guardias del rey, determinó quitarse la vida. Algunos dicen que rodeándose el manto al cuello, y mandando a un esclavo que apretando con la rodilla en la cintura tirase con fuerza, haciéndolo éste así, le detuvo el aliento y le ahogó; pero otros son de sentir que, imitando a Temístoces y a Midas, bebió sangre de toro. Livio refiere que, llevando consigo un veneno, lo deslió, y que al tomar la taza prorrumpió en estas palabras: “Soseguemos el nimio cuidado de los Romanos, que han tenido por pesado e insufrible el esperar la muerte de un viejo desgraciado.” Y a fe que no podrá hacer Tito le sea por nadie envidiada una victoria tan poco digna de serlo, y en la que tanto degeneró de sus mayores, que a Pirro, que les hacía la guerra y los había vencido, le dieron aviso de que iba a ser envenenado.