Del semblante de Mario hemos visto un retrato en piedra, que se conserva en Ravena de la Galia, y dice muy bien con la aspereza y desabrimiento de carácter que se le atribuye. Porque siendo por índole valeroso y guerrero, y habiéndose instruido más en la ciencia militar que en la política, en sus mandos se abandonó siempre a una iracundia que no podía contener. Dícese que ni siquiera aprendió las letras griegas, ni usó nunca de la lengua griega en cosas de algún cuidado, teniendo por ridículo aprender unas letras cuyos maestros eran esclavos de los demás, y que después del segundo triunfo, habiendo dado espectáculos a la griega con motivo de la dedicación de un templo, no hizo más que entrar y sentarse en el teatro, saliéndose al punto. Al modo, pues, que Platón solía muchas veces decir al filósofo Jenócrates, que parece era también de costumbres ásperas, “¡oh Jenócrates! sacrifica a las Gracias” si alguno de la misma manera hubiera persuadido a Mario que sacrificase a las Musas griegas y a las Gracias, no hubiera éste coronado tan feamente sus decorosos mandos y gobiernos, pasando por una iracundia y ambición indecente, y por una avaricia insaciable a una vejez cruel y feroz; lo que bien pronto aparecerá de sus hechos.